POLÍTICA: EL CONSULTOR POLÍTICO CARLOS FARA SE PREGUNTA ¿QUIÉN PAGA LOS PLATOS ROTOS?
Podrían suspenderse la PASO por esta vez –no necesariamente anularlas definitivamente- pero no suspender las elecciones de medio término

Falta mucho para las próximas elecciones. Trece meses si hay PASO, y 16 meses si no las hay. Una eternidad.
Por eso cuando esta semana la Cámara Nacional Electoral pidió empezar a hacer consultas para ir previendo, más de uno se alarmó: ¿acaso se suspenderían las elecciones legislativas? ¿se postergarían? ¿se anularían las primarias por resultar un costo excesivo en el medio de esta crisis inédita? Pues nadie lo sabe, sencillamente porque nadie en el planeta puede hacer predicciones fiables. Ya sabemos que si no aparece la vacuna efectiva o un tratamiento estándar, el COVID19 va a seguir rebotando por la paredes. Y como si esto fuera poco, ya tenemos a un sucesor que ha sido detectado en China (otra vez!).
Vamos a aclarar varias cosas:
- La Cámara Electoral hace bien en empezar a prever escenarios diversos y la capacidad operativa de los distintos organismos para cumplir con sus tareas para garantizar los actos electorales.
- Las PASO se pueden anular o suspender solo con una mayoría absoluta (contabilizando el total de miembros) en ambas cámaras del Congreso por disposición institucional (no como con una ley simple). Hoy lograr eso sin consenso parece difícil en diputados.
- El argumento de los recursos siempre es un poco relativo, pero impacta en lo simbólico.
- Las elecciones no pueden no hacerse –más allá de lo que indica la Constitución- porque el estado de ebullición política, social y mediática resultante sería inconmensurable.
Con estas aclaraciones, podrían suspenderse la PASO por esta vez –no necesariamente anularlas definitivamente- pero no suspender las elecciones de medio término, y eventualmente postergarlas si la situación sanitaria fuese muy grave (aunque no hay mucho margen de tiempo, dado que deben realizarse el último domingo de octubre y los mandatos vencen el 10 de diciembre).
La siguiente pregunta es si con estas circunstancias económicas tan negativas, el oficialismo no estaría expuesto a una derrota, con todo lo que eso significa políticamente hablando. Sobre esto también hay que hacer varios apuntes:
- Lo que mejor define el voto no es la situación económica presente y pasada, sino la expectativa futura. Eso hoy es imposible predecir, como casi todo. Si Argentina tiene rebote el año que viene, el humor social se serenaría, mejoraría el optimismo y eso debería traducirse en mayores chances de victoria para el gobierno. Moraleja 1: la fotografía de hoy no sirve para proyectar resultados electorales.
- Señalado ese punto, si miramos 4 años para atrás, la aprobación del gobierno de Macri venía en baja constante por el impacto del ajuste de tarifas, tocando piso en agosto y luego estabilizándose. En junio de 2016 tenía un 45 % de aprobación, contra un 63 % de Alberto ahora. La economía cerró con una baja de 1.8 % en 2016 y rebotó con un crecimiento del 2.9 % en 2017, año de la elección legislativa. Moraleja 2: se puede arrancar mal y mejorar, permitiendo un triunfo electoral (“sí, se puede”, diría Macri).
- El tamaño de la caída de este año será descomunal comparado con 2016, pero en estas condiciones mundiales es una intriga cuándo y cuánto rebote habrá. El punto es cuánto culpa le echará la mayoría social a Alberto por el tamaño del quebranto. ¿Siempre paga el gobierno de turno? No. En 1995, Menem es reelegido en un año con una caída del 2.8 % (si bien había tenido 4 años previos espectaculares, con lo que en el balance lo favorecieron). Más allá de los déficits de la economía nacional, la caída se dispara por la famosa “crisis del Tequila”, a principios de ese año (la elección argentina fue el 14 de mayo). Moraleja 3: cuando hay crisis internacional notoria, el oficialismo de turno no necesariamente paga los platos rotos.
Como cinéfilo empedernido sé que los espectadores tienden a evaluar una película por la sensación que les deja al final. Es raro encontrar a alguien que diga: “Qué buena primera mitad!”. Lo más probable es que si al final se desdibuja, el público diga que le dejó sabor a poco. Es un sesgo cognitivo bastante estudiado científicamente que mucho antes lo refrendó el saber popular: “el que ríe último, ríe mejor”.