jueves 28 de marzo de 2024 14:42:14
POR SANTIAGO TULIAN. Hace unos años la compañía Hanson Robotics logró un hito histórico al crear el primer “robot humanoide”, al cual decidieron llamarlo “Sophia”. Lo que distingue a Sophia del resto de los robots creados hasta entonces es su aspecto y comportamiento humano. Dicho en otros términos, se trata de un robot que se comporta como un ser humano, ya que tiene gestos de la especie y es capaz de razonar como una más de nosotros. A medida que pasa el tiempo y ella va incorporando nueva información a través de la interacción con los seres humanos aprende más acerca de nosotros y logra humanizarse aún más. En una entrevista que le hicieron hace alrededor de un año le preguntaron sobre aquello que más admiraba de nuestra especie, a lo que ella respondió: “su capacidad de sentir, de emocionarse, de reír…”. El sentimiento tiene esa cuota irracional que una máquina no puede racionalizar precisamente porque no lo entiende, pues, ¿Cómo explicar un sentimiento? El sentimiento es algo que se vive, que, valga la redundancia, se siente. No hay una fórmula matemática que lo explique, simplemente ocurre y no se puede poner en palabras. Por ello la razón, como una forma de interpretar la realidad, viene a poner un límite a estas expresiones sentimentales; pretende poner un freno a la cuota más irracional y primitiva por medio de un pensamiento instrumental: es conveniente reprimir esto para alcanzar aquello. Lógica pura. No existen sentimentalismos que nos impidan tomar decisiones racionales. No hay “peros” más que la propia lógica. Por caso, si una persona cometió un delito aberrante que ha de cumplir con su estadía permanente en prisión, resulta más lógico asesinarlo para evitar los gastos de mantenimiento a través de los impuestos. Tan simple como eso. Hay un fin que se alcanza con un medio. Sin embargo, las cosas no son así de frías; hay cuestiones irracionales que nos impiden que prime un razonamiento puro, ajeno a la conciencia, a lo afectivo, en general, al sentimiento. Justamente por eso somos seres humanos y “Sophia” destaca esas contradicciones inexplicables que tenemos.
Hoy se murió Diego Armando Maradona y se activaron en muchos de nosotros esos reflejos primitivos e irracionales denominados “sentimientos”. Mayor contradicción despierta en las personas como quien les escribe, que fuimos detractores de Maradona durante un largo tiempo. Muchas veces los nostálgicos del pasado prefirieron agigantar la figura de Diego bastardeando la de Lionel Messi, situación que provocó de forma, diría, inconsciente un aumento en mi bronca hacia Maradona. Por defenderlo a Messi perdía de vista las cualidades que tuvo Diego como futbolista, así como les ocurre con Leo a aquellos que lo critican para defender a su ídolo. Otro problema que se nos presentaba a las personas cercanas a mi edad era que “no lo habíamos vivido” a Diego, entonces no podíamos, como Sophia, entender realmente de que nos hablaban. Nosotros lo conocíamos a Maradona por su faceta más negativa: el artista. No conocíamos su obra, no la habíamos sentido, simplemente veíamos a la persona y eso no nos gustaba. Lo que nos resultaba innegable era que Maradona generaba algo más, una suerte de atracción que era irresistible y que, para nosotros, los fundamentalistas de la razón, una frustración dado que no podíamos explicar por qué percibíamos eso. A pesar de todo lo repudiable y algunas cuestiones que incluso rozan lo criminal, era Diego; no lo podíamos evitar y, por eso, en el fondo lo respetábamos.
El Diego en muchos aspectos era como la Argentina y quizá por eso se sienta tan propio: entraba en crisis constantemente, pero siempre se levantaba; era como el ave fénix que renace de las cenizas para demostrarle al mundo que sí podía, que, así como muchas veces daba vergüenza con sus comportamientos otras tantas demostraba por qué era tan distinto al resto. Claro que estas conductas eran (y son) autodestructivas y por eso un dotado físicamente como Maradona, hoy, en pleno apogeo de los avances tecnológicos para prolongar la vida, muere con 60 años. Era esperable que la parca se diera una vuelta antes de lo que debía ya que había estado cerca algunas veces, pero nunca había tenido suerte.
La muerte no santifica y “lo hecho, hecho está”, pero no por eso vamos a recordar solamente al artista y perdernos de vista su obra; no por eso vamos a obviar las alegrías que le dio a millones de personas; no vamos a borrar su legado en el deporte que tanta pasión nos despierta, y el orgullo que tantas veces significó que el mundo reconociera a nuestro país gracias a su hijo pródigo. Quizá su partida nos enseñe a muchos que a la vida la hace grandiosa esos momentos irracionales donde se despierta lo más puro y sincero que tenemos.
Maradona, como todo ídolo popular, era un gran orador y sabía que decir para poner a multitud eufórica. El día de su partido de despedida dijo: “yo me equivoqué y pagué, pero la pelota…la pelota no se mancha”. Y es cierto. Sus equivocaciones las pagó con lo vertiginosa que fue su vida, con su intranquilidad, pero lo que hizo dentro del campo de juego no se va a manchar. Es así como creo que debemos recordarlo: con la 10 estampada en la espalda, gambeteando jugadores, metiendo asistencias, siendo un pionero del “freestyle” y levantando la copa del mundo.
Se va Maradona e indudablemente con su partida se va una parte de la cultura argentina; quizá una que debamos superar, pero no por eso olvidar de la felicidad que en algún momento nos dio. Su partida entristece a muchos con justa causa y a otros, como quien les escribe, sin ninguna explicación lógica; porque esa era la magia que despertaba Maradona.

Que en paz descanses, Diego.