viernes 26 de abril de 2024 19:24:50

LA TARDE DE LOS CRISTALES ROTOS POR EL CONSULTOR POLÍTICO CARLOS FARA

La grieta interna quedó clara: por un lado, la racionalidad del peronismo con mando de tropa y territorio –gobernadores, intendentes, CGT, Massa, el albertismo en el gobierno- y por el otro todo lo que identifica con Cristina

Carlos Fara. Cuando un conflicto político no está conducido y ordenado, cualquier detalle casual puede convertirse en el prólogo de algo mayor. Como las diferencias conceptuales entre Alberto y Cristina no están resueltas –y quizá jamás lo estarán- un vidrio roto puede generar furia innecesaria. A partir de eso, los bandos en pugna buscarán cualquier excusa para llevar agua para su molino. Frente a eso está hoy la política argentina.

Como lo marcamos varias veces en los últimos 3 meses en esta columna, el gobierno iba a desembocar tarde o temprano en un acuerdo con el FMI, por una mezcla de razones económicas, de intencionalidad política y de contexto geopolítico mundial y regional. Al final, fue como hacer un gol disparando al arco sin arquero, salvo por algunas impericias políticas del gobierno y la nostalgia de algunos halcones opositores.

La grieta interna quedó clara: por un lado, la racionalidad del peronismo con mando de tropa y territorio –gobernadores, intendentes, CGT, Massa, el albertismo en el gobierno- y por el otro todo lo que identifica con Cristina, detalle más o menos. Esto iba a pasar tarde o temprano: era un debate parte aguas, no había mucho lugar para la ambigüedad. Si el propio presidente no ordenaba a la mayoría de la tropa, la oposición no iba a salvar al gobierno, y a partir de ahí se desataría un aquelarre político, económico y social.

Pero claro, la película no terminó la madrugada del viernes 11 de marzo (un 11-M), sino que –más allá de que el senado apruebe el acuerdo en las propias narices de CFK- lo peor está por venir: cumplir con el FMI. Ahí habrá que sacar de vuelta entradas en platea para ver los conflictos internos que se desatarán en el gobierno día a día, con un ministro de economía devaluado y un presidente flojo de liderazgo. No es la mejor combinación para meter la cabeza en la boca del lobo. Alberto hoy no es ni el Alfonsín del ´85, ni el Menem del ´91, ni el Kirchner de 2003. Pero… siempre hay un pero.

Lo negativo ya lo sabemos y no hace falta repetirlo. ¿Qué tiene de positivo el escenario, además de que estamos a punto de evitar el infierno tan temido?

  1. Logramos –a la fuerza- un gran consenso nacional político y social sobre la necesidad de arreglar con el FMI y evitar el default. Dista mucho de ser la Moncloa (sueño que debe ser desterrado), pero muchas veces los consensos no se logran por voluntad política explícita de los actores involucrados, firmando un papel sobre una mesa a la luz pública. La Argentina tuvo en su momento un gran consenso sobre la Convertibilidad. Tanto que fue una política de Estado implícita, no tanto por convencimiento, sino por temor y falta de ideas alternativas.
  1. Se contaron las costillas, como decimos en política. Quién tiene cuánto en los bloques oficialistas a la hora de la verdad, ya está sobre la mesa. Cristina operó en contra –en la política contemporánea pocos secretos permanecen ocultos muchas horas- y no pudo complicarlo a Alberto más de la cuenta.
  1. El espanto puso de acuerdo a los moderados de ambos bandos. Los halcones –que siempre juegan a que gane la furia del otro lado- quedaron en minoría. ¿No se deseaba un consenso del “centro nacional” como lo llama Pichetto? Pues ahí está, delante de nuestras narices! ¿Cuántos más acuerdos símil FMI hay en realidad? Muchos! Muchos más de los que aparecen en público! Pero claro, tenía que aparecer la oportunidad, el contexto y la obligación de pronunciarse para que Romeo y Julieta se amaran pese a la puja entre Montescos y Capuletos.

Pues, hemos encontrado una fórmula por serendipia, como se denomina en la jerga científica (y es un fenómeno que enciende los corazones en las start ups tecnológicas). Pero ¿qué coño es la serendipia? Estimad@ lector@: no pierda la paciencia, esto sigue siendo una columna de análisis político, juro que no perdí la cordura. Veamos qué dice Wikipedia (gracias Jimmy Wales por tanta dignidad):

“Una serendipia es un descubrimiento o un hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental, casual, o cuando se está buscando una cosa distinta. También puede referirse a la habilidad de un sujeto para reconocer que ha hecho un descubrimiento importante aunque no tenga relación con lo que busca. En la historia de l ciencia son frecuentes las serendipias”.

No hace falta gran voluntad política, ni ser un prócer para los libros de historia, ni un desquiciado mental. Solo hace falta que:

  1. la mayoría de los actores relevantes tengan un poco de… miedo +
  2. los halcones parezcan decididos a llevarnos al borde del abismo +
  3. actores internacionales potentes tengan intereses coincidentes con los de aquella mayoría +
  4. aquella mayoría se ponga a prueba y tome conciencia de su poder de articulación +
  5. la mayoría de la opinión pública –resignada o convencida- no sea un obstáculo.

Por supuesto, acepto que estoy simplificando un poco la fórmula mágica para que parezca un párrafo de un libro de auto ayuda (sí, ya sé, con libros de auto ayuda no se hace política ni una revolución), pero ayuda a pensar y a despertar almas.

“Fara, las cosas no son tan simples”. Claro que no. Pero los consultores políticos nos ganamos la vida encontrándole la quinta pata al gato y aplicando recetas tan obvias que dan vergüenza ajena de solo pensarlas.

Mientras las pericias policiales nos entretienen definiendo cuánto foco específico hubo en la rotura de cristales del Congreso, no nos olvidemos de lo más importante: pudo haber nacido un movimiento 11-M sin que nadie lo haya planificado, ni mandado a ejecutar (parafraseando a Cristina).

Mientras los cristales rotos sean solo esos del jueves 10, algo habremos avanzado como colectivo social.