viernes 29 de marzo de 2024 03:51:16

Cromañón y después: 150 sobrevivientes todavía siguen en tratamiento

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De los chicos que estuvieron en el boliche, hoy todavía acuden a asistencia psicológica 150, sólo en el sistema gratuito que ofrece el gobierno de la Ciudad

Luciano-Capodistvias-Facundo-Avellaneda-Glancszipigel_CLAIMA20141230_0002_27Volver a la tragedia es un acto reflejo. El humo que dejan los colectivos o cualquier olor a quemado –el del plástico, sobre todo– activa imágenes mentales. Encierro, desesperación. En segundos, el corazón hace taca, taca, taca y puede empezar una crisis nerviosa. Diez años después de Cromañón, los sobrevivientes conviven con el estrés. De los chicos que estuvieron en el boliche, hoy todavía acuden a asistencia psicológica 150, sólo en el sistema gratuito que ofrece el gobierno de la Ciudad. Son parte de los 400 que se controlan en el circuito de salud pública porteño, según confirmó Silvia Chevel, coordinadora del programa de damnificados por la tragedia del Ministerio de Salud de la Ciudad. Otros se atienden en forma privada, pero muchos no van al médico por problemas económicos. “En la Ciudad, la atención es deficiente y los turnos no son inmediatos”, se quejan en algunas ONG.

A Paula Glancszpigel (27) le pasó el año pasado. “Se cortó la luz en los tres pabellones de Ciudad Universitaria, donde estaba cursando. Empezamos a caminar a oscuras por los pasillos y algunas puertas de emergencia estaban cerradas. Yo sentía la necesidad de sacar la cabeza por una ventana, no soportaba la oscuridad… Hasta pensé en saltar por una… Mis compañeros me ayudaron”, recuerda. Paula perdió a ocho amigos aquella noche de tragedia. Facundo Avellaneda (31) tiene una hija de tres años y desborda vitalidad. Pero siempre, a mitad de la noche, tiene que ir a la habitación a confirmar que la nena respira. “Si no, no duermo”, dice. El temor a que vuelva a pasar “algo” se conjuga con la frustración por el olvido. “Cuando llega diciembre, se repiten palabras como Cromañón-Chabán-Callejeros-bengala–Ibarra, pero pocos se preocupan por saber cómo siguen los pibes”, dice Luciano Frangi (36).

A veces, resolver esa tensión puede ser complicado. En la calle, aparecen preguntas: ¿me callo o contesto? Juan Sebastián Capodistrias (24) explica cuándo: “Estás en la cola del banco o en una parada de colectivo y escuchás estupideces, como que nos merecíamos lo que pasó, por encerrarnos en ese lugar, o los ‘mitos de Cromañón’, como la mentira de que había una guardería de nenes en el baño”.

Paula, Luciano, Facundo, Juan y otra decena de chicos formaron hace dos años la Coordinadora Memoria y Justicia por Cromañón, que a diferencia de otras asociaciones, antes que buscar culpables tiene como eje de trabajo ayudar a los sobrevivientes, revertir la estigmatización y concientizar. “No queremos que más sobrevivientes se quiten la vida”, enfatiza Luciano.

Las víctimas de Cromañón no son 193. En estos 10 años se suicidaron 15 sobrevivientes. “Otros tienen graves problemas de salud –explica Luciano–, desde respiratorios hasta nerviosos.” En la Coordinadora reclaman que hay por lo menos 500 sobrevivientes que todavía no fueron reconocidos como tales por el Gobierno porteño. Después de que el año pasado la Ciudad sancionó la ley 4.786, se formalizó un subsidio de $1.200 para los chicos que estuvieron en el boliche y de $2.400 para los familiares directos, como los papás. Pero siguen las carencias, según cuentan las víctimas.

“El 60% de los sobrevivientes vive en Provincia y la ley no está articulada con ese distrito para que tengamos atención. Muchos, entonces, no pueden ir al médico por las distancias. Y siguen un tratamiento sólo cuando pueden pagar algo privado”, se queja Luciano.En Capital, ante una crisis, pueden terminar en una cola en el Hospital Alvear, que suele tener una demanda alta en el ritmo diario. Por eso, desde la Coordinadora militan por una ley nacional. Piden una cobertura de salud amplia, quizá PAMI, y planes de empleo.

“Muchos compañeros están sin trabajo. En una empresa no toman al que sufre estrés postraumático y algunos terminan ocultando que estuvieron en Cromañón”, dice Frangi. Hay casos alarmantes. Un ejemplo es Maxi, un sobreviviente que deambuló por médicos y psiquiatras privados y llegó a pasar semanas sin salir de su casa. Otras víctimas padecen nictofobia, miedo a la oscuridad, y no pueden dormir sin luz. Aún así, cada tanto los sueños los llevan al 30 de diciembre de 2004. El estado de alerta y el sentirse responsable por lo que pueda pasar es otra marca. “Si veo cualquier negligencia me pongo muy nervioso –cuenta Juan–. Ves que alguien tira un cigarrillo por el balcón y te alarmás pensando en lo que podría pasar”.

Facundo reconoce que cuando entra a un local, aunque sea un restorán, siente necesidad de visualizar puertas, ventanas, mirar los cables eléctricos y las lámparas. Con la tragedia apenas ocurrida, se tatuó en la espalda el logo de Callejeros. Sueña con completar ese dibujo: “El día que pueda dar vuelta la página, me voy a agregar una frase con la palabra paz”.Fte.clarin.com

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