LA CGT ANTE LA PRIMERA PROTESTA Y LOS MOTIVOS POR LOS QUE SE ALEJA DEL PRESIDENTE Y SE ACERCAN A CRISTINA FERNANDEZ DE KICRHNER
La trama oculta detrás de la marcha cegetista del 17 de agosto y su reclamo “múltiple”. Las nuevas fisuras internas en el sindicalismo. La ayuda a las obras sociales que tuvo que frenarse. El temor a que la izquierda cope la calle
Tiene razón Aníbal Fernández: “Alberto ha conseguido cosas mágicas para el país”. El sindicalismo que más lo apoyaba, por ejemplo, terminó organizando una marcha de protesta y acercándose a alguien a quien no querían como Cristina Kirchner gracias a la magia de Alberto Fernández, que sacó de la galera una inflación descomunal e hizo desaparecer el poder adquisitivo de los salarios.
No hay truco que valga para evitar lo que viene: la Confederación General del Trabajo (CGT) saldrá a la calle el 17 de agosto para darle una advertencia al poder político y posicionarse para la pelea electoral de 2023, aunque en formato que envidiaría Harry Houdini, el célebre escapista: evitará la Plaza de Mayo y el Congreso para no mostrar hostilidad hacia el Presidente, la Vicepresidenta y los legisladores en medio de la disputa del Frente de Todos. Saldrá desde el Obelisco y llegará a la Plaza de los Dos Congresos, sin pasar por la Casa Rosada ni el Parlamento. Sin acto ni oradores, en una protesta anunciada “contra la inflación” (como si no tuviera responsables) y en favor de “un acuerdo nacional para superar la crisis socioeconómica” (como si tampoco tuviera responsables).
Curiosamente, los sectores de la CGT que hasta ahora estaban en favor de movilizarse, el moyanismo y el kirchnerismo agrupado en la Corriente Federal, faltaron a la reunión del jueves pasado en el que la mesa chica cegetista avanzó con la primera protesta de la gestión albertista. Y marcaron sus diferencias: el moyanista Omar Plaini (canillitas) dijo que “marchar contra nadie no es una buena definición” y planteó una “confrontación con el sector que define los precios”. Pablo Moyano, cotitular de la CGT, fue el primero que recibió a la nueva ministra de Economía, Silvina Batakis, con un misil en la frente: dijo que sus anuncios fueron “para los mercados y los bancos, y no para la gente”.
Esta fisura puede ser el preanuncio de nuevas tempestades en el gremialismo, pero lo que surge claramente de los últimos movimientos de la CGT es que acaba de soltarle la mano a Alberto Fernández. Nadie disimula demasiado que, en el fondo, la mayoría de la cúpula cegetista le dará un mes a Batakis para que se acomode en el puesto, pero que se está alejando del primer mandatario.
Esa actitud quedó graficada en el encuentro que tres de los dirigentes cegetistas más lejanos al mundo K mantuvieron con Cristina Kirchner para sellar un acercamiento basado más en el miedo a un colapso económico que en la convicción política. Andrés Rodríguez (UPCN), Gerardo Martínez (UOCRA) y José Luis Lingeri (Obras Sanitarias), del sector independiente, se reunieron durante casi dos horas con la Vicepresidenta en su oficina del Senado. Son tres de los dirigentes que más han resistido los avances del kirchnerismo sobre Alberto Fernández. Al menos hasta ahora.
Pragmáticos como pocos, los referentes de la CGT gestionaron la reunión a través de Martínez y la Vicepresidenta accedió rápidamente. También hubo picardías: pactaron mantener en secreto el encuentro, pero lo difundió el cristinismo. Lo mismo pasó hace 15 días cuando el cotitular cegetista Héctor Daer (Sanidad), el más albertista de todos, se entrevistó sigilosamente con Cristina Kirchner.
Son movimientos en espejo que ya hicieron desde gobernadores e intendentes del PJ hasta ministros del gabinete nacional: es tan grande el tamaño de la crisis y tan gigantesco el temor a una derrota electoral que cada sector del mosaico peronista está abandonando al primer mandatario y acercándose a la Vicepresidenta como si tuviera todo el poder (¿acaso no lo tiene?).
La CGT también lo necesita a Alberto Fernández en la medida en que siga siendo Presidente, pero aún así le genera problemas: un alto directivo de la CGT tuvo que frenar la semana pasada un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) mediante el cual se creará un fondo estatal destinado a compensarles a las obras sociales las prestaciones por discapacidad, uno de los rubros más costosos para el sistema sindical de salud y que agrava su déficit financiero. Pero el texto del DNU tenía gruesos errores y ahora la central obrera seguirá esperando la solución que el Presidente les prometió hace 7 meses.
Para las obras sociales, pagar lo relacionado con la educación y el transporte de sus afiliados con discapacidad equivale a unos 8000 millones de pesos mensuales. A este ritmo, si se agrega el pago de los medicamentos de alto costo, el déficit financiero de las obras sociales llegará a los 50.000 millones de pesos a lo largo de 2022. La ayuda presidencial prometida hasta ahora no se instrumentó por esos problemas de gestión tan característicos de este gobierno, que incluyó la indiferencia de la ministra de Salud, Carla Vizzotti, quien varias veces ni le respondió las llamadas de los sindicalistas.
Ese tipo de insólitas cuestiones, decisivas por la urgencia de sostener el sistema de obras sociales que fue clave durante la pandemia, son las que comenzaron a quebrar la relación entre la CGT y Alberto Fernández. Hace diez días, en la quinta de Olivos, un grupo de dirigentes cegetistas estuvo en la Quinta de Olivos en una cena organizada por el Presidente para agasajar al director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Guy Ryder. Todo fue formalidad: esos mismos dirigentes son los que habían aprobado esa misma semana la primera protesta contra el Gobierno.
Sin embargo, nadie quiere profundizar la impronta crítica de la movilización. Si bien hasta sus gremialistas más próximos como Héctor Daer lo cuestionan, el temor es que una contundente protesta callejera que ponga el eje en la responsabilidad de Alberto Fernández en la crisis precipite una renuncia presidencial que nadie quiere, o de la que nadie quiere hacerse cargo.
También es cierto que la alianza sindical que maneja la CGT (”Gordos”, independientes y barrionuevistas) puede tender un puente hacia Cristina Kirchner por pura necesidad política ante el agravamiento de la economía, pero no confían en ella ni en La Cámpora: aún no se despejaron las sospechas de que la reforma del sistema de salud que impulsan la Vicepresidenta y el ministro de Salud bonaerense, Nicolás Kreplak, es una forma de apropiarse de los fondos de las obras sociales.
El problema para la interna de la CGT es que Pablo Moyano y la Corriente Federal, fracción kirchnerista que integra Sergio Palazzo (bancarios) y a la que se sumó Abel Furlán (UOM), querían movilizarse contra los empresarios que suben los precios y por eso presionarán por una protesta menos indefinida. La semana pasada, estos sectores estuvieron invitados y no fueron a la reunión de la mesa chica cegetista. Ahora, todo indica que el jueves próximo estarán presentes cuando delibere el Consejo Directivo: se espera un fuerte debate sobre las características de la marcha del 17 de agosto.
Hay otro escenario que inquieta: ¿qué pasa si a la marcha de la CGT se suman piqueteros duros y la izquierda para radicalizar la medida de fuerza? ¿Qué respuesta habrá en ese caso si el reclamo generalizado en la calle es que la central obrera haga un paro nacional contra el ajuste?
Algo tan traumático como eso sucedió el 7 de marzo de 2017, cuando la CGT que conducìan Daer, Carlos Acuña y Juan Carlos Schmid hizo un acto contra el gobierno de Mauricio Macr frente al Ministerio de Producción, en Diagonal Sur y Chacabuco, pero la izquierda copó la calle, se robó el atril del escenario y abucheó a la dirigencia de la CGT (que era renuente a hacer una huelga porque no quería romper con el Gobierno) al grito de “¡Pongan la fecha del paro, la puta que lo parió!”. ¿El sindicalismo estará condenado a que le pase lo mismo? La Argentina es como el film “Hechizo del tiempo”, en el que Bill Murray, el protagonista, se despertaba una y otra vez en el mismo día para repetir lo que ya había vivido. La diferencia es que se trataba de una comedia.