LOS ÙLTIMO DÌAS DEL CREADOR DE LA BANDERA EL GENERAL JUAN MANUEL BEGRANO
Belgrano nunca gozó de buena salud. En la Batalla de Salta, eran tan fuertes sus dolores, que pasó mucho tiempo postrado en un improvisado catre. Hasta perdió la noción de lo que ocurría
Belgrano nunca gozó de buena salud. En la Batalla de Salta, eran tan fuertes sus dolores, que pasó mucho tiempo postrado en un improvisado catre. Hasta perdió la noción de lo que ocurría.
No se sabe bien qué enfermedad lo afectaba. Le diagnosticaron “hidropesía”, que es la retención de líquido en tejidos. No es una enfermedad autónoma, sino síntoma de enfermedades en riñones, corazón o aparato digestivo. El líquido se acumula en el vientre, cuello, brazos, tobillos y muñecas. Puede reflejar un mal funcionamiento de los riñones, que no eliminan correctamente los fluidos. El líquido acumulado presiona sobre el corazón y los pulmones, y termina afectándolos. Se relaciona con tuberculosis, cáncer de colon, afecciones cardíacas, glandulares, hepáticas o renales.
La medicina no diagnosticó exactamente su cuadro ni le brindó el tratamiento adecuado. Sus fuertes dolores lo postraban. Todos lo veían hinchado por la hidropesía.
En 1819 era Jefe del Ejército del Norte, en Tucumán. Recibió órdenes de enfrentar a los caudillos del Litoral, que desafiaban a las autoridades nacionales, saboteaban sus comunicaciones e interceptaban cargamentos, refuerzos y armas que el Directorio remitía a los ejércitos patrios, comprometiendo la causa de la Independencia.
Belgrano acudió a socorrer al Directorio y al Congreso de Tucumán (que ya funcionaba en Buenos Aires), ante el riesgo de desintegración del país y que reinara la anarquía.
Sus amigos y su médico le aconsejaron que no fuera; que enviara a otro jefe. Belgrano se negó por temor a que el ejército se disgregara, contagiando, con su anarquía a las demás provincias (como efectivamente ocurrió luego).
Soportó una dura travesía en medio de inclemencias, por intransitables senderos de tierra, a través de Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba, durmiendo en la intemperie, o en una incómoda tienda. Su salud no daba más: en setiembre de 1819, dispuso su propio relevo: “Me es sensible separarme de vuestra compañía, porque estoy persuadido de que la muerte me sería menos dolorosa, auxiliado de vosotros, recibiendo los últimos adioses de la amistad”.
Retornó a Tucumán, a conocer a su hija recién nacida, a quien llamaba “palomita”. Arribó luego de otra dura travesía, y se recluyó en su casa (en la actual Plaza Belgrano); sencilla y sin comodidades. Pocos amigos lo pasaban a visitar. Su única alegría era ver a su niña.
Al poco tiempo, estalló un motín. Los sublevados, temiendo que Belgrano usara su autoridad para oponerse a la conjura, irrumpieron en su casa e intentaron colocarle cadenas. Belgrano estaba postrado en cama. La oportuna intervención de su médico lo evitó. El General, humillado y defraudado, confió a un amigo: “Yo quería a Tucumán como a mi propio país, pero han sido tan ingratos conmigo, que he determinado irme a Buenos Aires, pues mi enfermedad se agrava día a día«.
En febrero de 1820 emprendió ese viaje sin recursos. El Estado le adeudaba años de servicios. Su amigo Celedonio Balbín le prestó dinero para viajar y lo acompañó, junto a su confesor, su médico (Dr. Redhead) y dos ayudantes.
El viaje fue penoso y duró casi dos meses. Bajaban al paciente en cada posta, entre todos, ya que Belgrano casi no podía moverse. Por falta de dinero, permanecieron en Córdoba varios días, hasta que un antiguo amigo le adelantó los fondos para concluir su travesía. Allí se enteró que el Ejército del Norte se había sublevado y desintegrado. También supo que el Gobierno Nacional se había disuelto, luego de que las fuerzas nacionales fueran batidas por los caudillos litoraleños en Cepeda. Ello lo angustió aún más.
Como pudo, llegó a la Capital a fines de marzo, donde recibió los cuidados de su hermana. Nadie en el Gobierno se acordó de él, ni se acercó a auxiliarlo. Le afligían sus deudas; y sólo esperaba pagarlas con sus sueldos atrasados. Un médico amigo concurría a las tardes a interpretar el clavicordio y aliviar su pesar.
En sus últimos días recibió la visita de Gregorio Aráoz de Lamadrid, a quien Belgrano apreciaba mucho. Lo visitó al día siguiente de llegar a Buenos Aires (9 de junio). Lo encontró consciente, “sentado su poltrona y bastante agobiado por su enfermedad. Mi visita le impresionó en extremo, no menos que a mí la suya, y apenas se tranquilizó, tiró con su mano de la gaveta de un escritorio que tenía a espaldas de su silla, y sacando los apuntes de mis campañas que yo había escrito en el Fraile Muerto el año 1818, por orden suya, me los alcanzó diciendo: Estos apuntes los hizo Ud. muy a la ligera, es menester que Ud. los recorra y detalle más prolijamente y me los traiga”. A lo que Lamadrid respondió: “Con mucho gusto complaceré a mi general”.
Luego, el General hizo “algunas preguntas de Tucumán y del ejército”; y lamentó que el tucumano hubiera adelantado su arribo, ya que Belgrano había dispuesto que una comitiva lo recibiera. “Después de un largo rato de conversación”, se despidieron
Días después dijo: “Pensaba en la eternidad donde voy y en la tierra querida que dejo. Espero que los buenos ciudadanos trabajarán para remediar sus desgracias”. Como no tenía con qué pagar al Dr. Redhead, le obsequió su reloj de oro.
El 20 de junio de 1820, a las 7 de la mañana, Manuel Belgrano expiró luego de murmurar: “Ay, Patria Mía”. Tenía 50 años recién cumplidos. Pidió ser enterrado en la Iglesia de enfrente (Santo Domingo), vestido con el hábito blanco dominico. A su sepelio concurrieron su familia y diez amigos. El mármol de la cómoda de su hermano sirvió de lápida. Un amigo anónimo donó su ataúd.
Ese mismo día la anarquía llegaba a su apoteosis: cada Provincia hacía lo que quería y la Capital tenía tres Gobernadores. En medio de tanta convulsión, todos se olvidaron del Creador de la Bandera. Sólo un periódico: «El Despertador Teofilantrópico» de fray Francisco Castañeda publicó la noticia en verso: “Triste funeral, pobre y sombrío, que se hizo en una iglesia junto al río, en esta capital, al ciudadano, Brigadier General Manuel Belgrano”.
Juan Pablo Bustos Thames. Abogado, Ingeniero, Profesor Universitario, Director de la Cámara de Comercio Exterior de Tucumán, estudioso e investigador de la historia, escritor, realizador y conductor televisivo y de documentales. Miembro de la Fundación Federalismo y Libertad y la Fundación Universitaria del Río de la Plata (FURP). Facebook: https://www.facebook.com/juan.p.thames/ Instagram: jpbthames / Linkedin: Juan Pablo Bustos Thames.