«LA MONEDA AL AIRE» POR EL CONSULTOR POLÌTICO CARLOS FARA
Existe un elector “maldito” que tomará decisiones el lunes en función de sus presunciones, aunque sean equivocadas: los mercados
Carlos Fara. Mañana domingo nos vamos a enterar si los dislates, exabruptos, posturas osadas, expresiones con doble sentido, etc. atraen o no votos. Más de uno dirá: “si lo hacen es porque le traerá votos”. Error: buena parte de las decisiones en la mayoría de las campañas se toman por impulso o intuición, no por una meditada reflexión con asesoramiento profesional. Lo cual no significa boicotear las intuiciones, ya que hay candidatos, asesores y publicitarios con una ocurrencias maravillosas y útiles.
¿Por qué hemos visto en esta ocasión algunas piezas comunicacionales dignas de la película “El mundo está loco, loco, loco”? Repasemos el contexto: una sociedad con incertidumbre, miedos y frustraciones iba a rechazar las campañas, por lógica; frente a ese gran obstáculo, a la gran mayoría de los comandos le iba a costar sintonizar adecuadamente con el estado de ánimo reinante; la no reacción social llevó a más de uno y una a decidir que debía llamar la atención a toda costa, subiendo el volumen de-sesperadamente. El resultado está a la vista.
Dicho en términos maradonianos, osadía mata propuesta. Por eso se instaló la sensación de que no hubo actitudes propositivas. ¡Sí las hubo! Pueden gustar más o menos pero las hubo. La reforma laboral, de Randazzo. Los $ 100 mil de sueldo mínimo, de Castañeira. Endurecer las penas del Código Penal contra los narcos, de Santilli. Pero claro, quedaron tapadas por el fango de las polémicas.
Tanta desesperación por llamar la atención a toda costa tuvo otra obsesión llamativa en esta fase electoral: la búsqueda del voto joven. ¿Por qué? “Porque son muchos y pueden ser la clave que defina la elección”. ¿En serio? ¿Y por qué no los mayores de 60 que son el 19% del universo de votantes? Nadie sabe. La mayoría fue en busca del Santo Grial Juvenil sin mirada estratégica. ¿Y qué pasa si un espacio político o un candidato o candidata no tienen feeling con ese segmento menor de 30 años? Lo hacemos actuar en TikTok. Como la mayor parte de los postulantes no transitaron por algún conservatorio de arte dramático, muchos de-sempeños no fueron muy felices. Al notarse la impostación se está en el peor de los mundos. Por eso luego en los grupos focales los jóvenes hablan de los políticos y políticas como “caretas” o “figuretis”.
La caza del voto joven fue provocada por dos datos de opinión pública: 1) los menores de 30 están menos decididos que el resto del electorado (es verdad, pero siempre sucede, no es una novedad); y 2) el oficialismo, que hace 10 años que tiene mayor incidencia en ese segmento etario que en otros, estaría perdiendo fieles ahí. El combo produjo una estampida para hacer negocio de temporada. Vamos a ver qué sucede el domingo. Por lo pronto, tampoco se toma en consideración otro detalle importante: no existen “los jóvenes”. Si hay un sector que es particularmente diverso y cambiante son los de menor edad, a quienes además se intentó tentar con propuestas trilladas, sin contemplar sus códigos culturales específicos. Mucho aprendiz de brujo dando vueltas como Mickey en la película “Fantasía”.
Tal cual sucedió en Bolivia, Ecuador, Perú y Chile en los últimos meses, las campañas fueron más o menos las de siempre, pero con barbijo y distanciamiento social. No hubo actos masivos –que ya venían en desuso– ni caravanas, pero sí todo lo demás. Tuvieron mucho más presencial y mano a mano del que se podría haber imaginado hasta hace solo cuatro meses atrás. Las plataformas digitales tienen un límite para transmitir empatía, además de generar fatiga.
Pero como no se sabía si iba a estallar o no la variante Delta y cuál iba a ser la progresión de las vacunas, todos los equipos se prepararon especialmente para dar la batalla en las redes, y aquí se produjeron otros problemas conceptuales. El primero de ellos es no comprender del todo bien cómo funciona cada una de ellas, pues cada una tiene su especificidad. El segundo problema es pensar que lo que ocurre en una red solo lo verá un público específico: en época de campaña todo transciende a los medios masivos, lo cual rompe la burbuja teórica de la segmentación, y puede generar graves problemas de posicionamiento en otros públicos. El tercer problema es confundir métricas con votos: alto impacto en redes a veces solo significa más atracción por la osadía, sin pruebas de que eso redituará en comportamiento electoral favorable.
Pese a que las encuestas transitan en tinieblas, si el gobierno confía en que puede ganar por 5 puntos en la provincia de Buenos Aires, eso será un buen dato parcial, pero puede ser un dolor de cabeza hacia el final del camino. Si se cumple la tradición de que en el comicio general va a votar más gente que en las PASO, y que quienes se movilizan luego son más proclives a votar a Juntos, entonces el oficialismo aun triunfando mañana se las puede ver en figurillas el 14 de noviembre, porque el resultado proyectaría ser mucho más parejo.
Por eso, existe un elector “maldito” que tomará decisiones el lunes en función de sus presunciones, aunque sean equivocadas: los mercados. Si ese personaje sin cara ni DNI piensa como en el párrafo previo, estaremos frente a uno de esos tantos episodios de profecías autocumplidas. Antes de que el Gobierno le pida más billetes al Banco Central, los mercados se entusiasmarán mirando a 2023, al mismo tiempo que se preocuparán por el cortísimo plazo de 60 días. Todo eso sin empezar a contar los ajustes de cuentas internos que habrá en el Frente de Todos.
Puede ser todo una gran paradoja. Si al oficialismo le va muy bien, aunque la diferencia a su favor se achique en noviembre, los mercados no creerán que el Gobierno rectifique el rumbo. Si no le va muy bien o le va mal, los jugadores financieros supondrán un agravamiento del déficit fiscal hasta la elección general. Solo si parece que el resultado final conserva el statu quo parlamentario actual, verán que hay un incentivo a arreglar con el FMI.
Como reza el título del libro de Gerchunoff y Hora, “La moneda en el aire”.