EL PRESIDENTE ALBERTO FERNÁNDEZ DESCARTÓ LA RENUNCIA DEL CANCILLER FELIPE SOLÁ
Para ponerlo en términos de realpolitik: Solá continúa como canciller por las prioridades que se fijó el Presidente
Alberto Fernández dialogó muy poco con Felipe Solá y no dudó en excluirlo de ciertos acontecimientos diplomáticos que marcaron la agenda geopolítica de la Argentina. Se trataba de un juego básico de simulación en el poder: Solá aparecía en la formalidad burocrática como ministro de Relaciones Exteriores, mientras el Presidente diseñaba su hoja de ruta internacional con sus secretarios y embajadores de confianza y la exclusión deliberada y perpetua de la Cancillería.
Pero este status quo inestable se rompió cuando Solá decidió inventar un diálogo completo entre Alberto Fernández y Joseph Biden, presidente electo de los Estados Unidos. Alberto Fernández ya no tiene confianza en su ministro y no forzó su reemplazo para evitar una crisis política cuando su foco está puesto en el debate del aborto, la negociación de la deuda externa, el relanzamiento de la economía y la vacunación masiva contra el COVID-19.
Para ponerlo en términos de realpolitik: Solá continúa como canciller por las prioridades que se fijó el Presidente. En otra coyuntura de poder interno, hoy asumiría un nuevo ministro de Relaciones Exteriores.
Solá ayer intentó dialogar con el presidente, pero no pudo ser.
– ¿Cómo fue la charla con Solá?-, le preguntó un asesor a Cafiero cuando el día agonizaba en la Casa Rosada.
– ¿Y vos que le dijiste?
Al margen de frenar la caída de Solá para no implosionar la agenda oficial prevista hasta fin año, la continuidad del canciller coloca a Alberto Fernández en una situación compleja. Solá inventó declaraciones presidenciales en una conversación con Biden, y eso implica un punto sin retorno para los códigos tácitos de la política exterior.
Y Solá tergiversó una conversación entre dos mandatarios que ni siquiera escuchó. Con esta perspectiva, ¿qué valor puede tener la palabra del canciller argentino en un cónclave diplomático? O al revés: ¿qué información clave puede compartir un secretario de Estado designado por Biden, si ya sabe que su contraparte no tuvo inconvenientes en inventar un diálogo de su propio Presidente?