MURIÒ POR CORONAVIRUS HUGO ARANA EL QUERIDO Y ADMIRADO ACTOR DEL ESPECTÀCULO ARGENTINO
A los 77 años fallleciò en en el Sanatorio Colegiales. El reconocido artista habìa sido hospitalizado hace unos dìas por un accidente domèstico. Sin embargo allí le realizaron el hisopado, que confirmó que estaba contagiado de COVID-19.
Hugo Arana perteneció a ese selecto grupo de gente imprescindible. Esas personas que trascienden no solo por su arte sino también por su coherencia. Querido y respetado por todos, logró transitar la última etapa de su vida en un estado reservado para pocos: la sabiduría. Porque Arana podía reírse de su falsa muerte anunciada tres veces por twiter y desmentir por enésima vez con una sonrisa que Facundo Arana fuera su hijo.
Pero también se lo veía marchar por las causas que consideraba justas, colaborando con cortos de algún estudiante de cine con más ideas que recursos o respondiendo con amabilidad y sinceridad las preguntas de un periodista famoso pero también las de un diario barrial o las de un alumno de una escuela de periodismo
Su niñez y adolescencia transcurrieron lejos de los escenarios. Creció en Monte Grande donde sus padres eran los caseros de una quinta. El sueldo alcanzaba para cubrir apenas las necesidades básicas. La cocina funcionaba a leña, a la noche iluminaba un sol de noche, la ducha era una lata agujereada y el dentífrico se suplía con sal gruesa. “A los 11, nos mudamos a Lanús y para mí fue pisar el asfalto por primera vez. Cuando abrí la canilla y salió agua lo viví como un milagro”, recordaba sin rencores. En la adolescencia fue albañil, pintor, electricista, colocador de alfombras y hasta jugador de las inferiores de Lanús. Con un amigo, Carlos Herrera se hicieron amigos del proyectista del cine de la zona que desde la cabina y gratis les permitía disfrutar de las películas. No eran tiempo de combos de pochoclo pero sí de mate y bizcocho y de salir del cine soñando ser recio como Marlon Brando pero nunca actor. Pero aunque la actuación no era su objetivo estaba en su destino. “Un día fui al Centro a comprar tornillos y vi un cartel que decía: Hágase actor, centro experimental cinematográfico. Y me quedé como helado. Yo nunca había visto teatro aunque me gustaba mucho el cine. Estaba desesperado por hacer algo en mi vida”. El día que cumplió 22 años, el 23 de julio del 65 se regaló la inscripción a la escuela. “Yo no tenía ni idea de actuación, pero a los pocos meses ya estaba con un papelito en un escenario en una obra sobre Lee Harvey Oswald, interpretado por Enrique Liporace. Y sentí: nadie me saca más de acá. Era la primera vez que algo me importaba”.
Fueron años intensos de trabajo y de formación con los maestros Marcelo Lavalle y Augusto Fernandes. Entre clases y escenarios conoció a Marzenka Nowak, el amor de su vida, tan bella como sorprendente, polaca de nacimiento, con un padre líder de la resistencia que actuaba en la clandestinidad contra los nazis. Ella era refinada, jamás se le escapaba un insulto y él era una mezcla de atorrante, ternura y arrabal. El descubrimiento de lo opuesto dio paso al amor, se casaron y se convirtieron en los padres de Juan Gonzalo. Estuvieron juntos 44 años cuando un ACV se llevó a Mayenka. ¿Extrañás la vida en pareja?, le preguntaban. “Extraño a mi esposa”, contestaba él atravesado por la pena. “Fueron muchos años, y bellos. No hubo un día que dijera: ‘Me voy’. Nunca. Ni ella ni yo. Creo que hay un concepto erróneo de lo que es una pareja. Para mí es como una huerta, hay que sacar los yuyos, hay que regar y volver a plantar, es un laburo. Es ingenuo creer en el milagro de que algo funciona porque sí, solo”.
Consolidado en la familia, con una carrera actoral que empezaba a ser reconocida por pares faltaba el gran salto a la popularidad y llegó de un modo impensado, con una publicidad. En 1970 una compañera del taller de teatro le contó que Juan José Jusid buscaba a un actor para una publicidad de vino. “Me negué rotundamente. Pero vi que Ulises Dumont hacía un aviso de calefones y Norman Briski, de hojas de afeitar y eran dos actores muy conocidos y admirables. Así que fui a la prueba y grabé el aviso”. Allí encarnaba a un hombre que se entera que será papá cuando su mujer le muestra unos escarpines. En el minuto diecinueve que dura el aviso –algo impensado para esta época- Arana despliega una serie de emociones que van desde el asombro a la felicidad pasando por la ternura y el miedo que le genera la noticia de su paternidad. El aviso impactó tanto y tan fuerte que en el año 2016 el actor recibió una estatuilla por “protagonizar la publicidad más recordada de la televisión argentina”. Esa imagen de hombre tierno, buenazo y leal lo acompañaría toda su vida. Porque Arana quizá nunca fue un galán que enamoraba pero si representaba ese yerno ideal, el amigo fiel que no te deja en la estacada. Los que lo conocieron y trabajaron con él, decían que nunca necesitó actuar de buen tipo porque simplemente lo era.