martes 16 de abril de 2024 12:32:33

Regreso de CFK: El hiperpresidencialismo y la interna del PJ

 

600x0_662215Rodrigo Martínez – Director Isonomía Consultores

 

El retorno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner a sus funciones volvió, por un lado, a poner en relieve varios aspectos críticos del funcionamiento institucional de la Argentina y, por otro lado, disparó varias decisiones con consecuencias concretas en el ámbito de la política y la economía para el corto y el mediano plazo.

En un primer orden de cosas, el regreso de la Presidenta ha sido un cabal ejemplo del sesgo hiperpresidencial de la arquitectura institucional y la idiosincrasia política del país. Durante los días de ausencia de la primera mandataria, el proceso de toma de decisiones dentro del Poder Ejecutivo y, en términos más generales, el funcionamiento del sistema político en su conjunto se encontró paralizado, incapaz de establecer una agenda de discusión política luego de los resultados de las elecciones de octubre y del nuevo realineamiento de las voluntades electorales. Así, la discusión se centró únicamente en la hipotética inhabilidad moral del Vicepresidente para ejercer el cargo y la reproducción pública de las intrigas palaciegas del equipo ministerial que, por otra parte, provienen ya de largo tiempo atrás.

Los debates sobre los desafíos políticos y económicos del país de cara al recambio del 2015-2019 no quisieron o pudieron ser impulsados por oficialistas u opositores.

En este sentido, puede observarse que los temas que marcaron la agenda del último mes luego de los comicios estuvieron signados por una decisión judicial de la Corte Suprema respecto a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y por la discusión sobre el reordenamiento del Partido Justicialista en la Provincia de Buenos Aires (que, para colmo, careció de funcionamiento institucional relevante por más de seis años). Esta realidad marca una de las principales debilidades y carencias del sistema democrático en la Argentina.

En primer término, no sólo es difícil encontrar políticas públicas sostenidas a lo largo del tiempo independientemente del color político de las administraciones, sino que tampoco es posible, encontrar una agenda de corto o mediano plazo que cruce a todo el sistema político al calor de la que puedan discutirse los principales desafíos del país; y, en segundo término, la incapacidad de tener un cuerpo político y administrativo estatal capaz de tomar decisiones de gobierno, sin perjuicio de quien controle circunstancialmente el Poder Ejecutivo Nacional.

Más allá de estas salvedades de orden estructural (y por ende esencialmente más graves) es imposible soslayar el importante impacto de las decisiones tomadas por la Presidenta tras su retorno a la primera magistratura. El cambio de gabinete encierra una doble pregunta que siempre ha girado en torno a algunas de las decisiones más “inesperadas” del kirchnerismo en sus diez años de poder: ¿nos encontramos finalmente frente a un escenario de cambio político y económico? ¿Cree el Gobierno Nacional que es conveniente realizar modificaciones en ambas esferas para conducir más racional y ordenadamente el proceso político?

Al parecer la categoría de la respuesta a ambos interrogantes es la misma que habitualmente ha dado el kirchnerismo frente a estos dilemas: negativa.

Las decisiones tomadas por la Presidenta son muy similares (no en el contexto pero si en la lógica de fondo) a las tomadas en la crisis del 2009 y en el triunfo electoral de 2011. Cristina Fernández de Kirchner ha decidido desdoblar el mensaje: para la opinión pública general es el de promover la sensación de haber tomado nota del cambio de clima político y económico, mientras que para el “círculo más cerrado” de la política y la economía es el de sostener el status quo.

A nuestro criterio, es justo decir que los anuncios realizados por el vocero presidencial tienen más relevancia desde lo político que desde lo económico.

Inclusive pese a la renuncia del Secretario Guillermo Moreno, es incuestionable que las decisiones tomadas por la Presidenta en el área de la economía parecen encaminar el rumbo de la política económica en la misma línea de los últimos 6 años. Asimismo, los reemplazos y cambios de puesto demuestran que, en términos generales, el Gobierno Nacional no cuenta con la capacidad de poder atraer a profesionales de renombre y/o experiencia que puedan generar expectativas de cambio real en el rumbo de la política económica y la confianza del sector privado sobre el rumbo del país.

Estas decisiones son, en el mejor de los casos, un mensaje de que la situación actual intentará contenerse de manera tal de evitar que se agraven las principales variables económicas. Es, por el contrario, muy difícil esperar que el nombramiento de Axel Kicillof, Carlos Fábrega o un funcionario de segunda línea en la Secretaría de Comercio Interior (al menos, según las hipótesis que se manejan hasta ahora) puedan implicar un replanteo serio del manejo de la política fiscal, monetaria, comercial y económica del país. El interrogante más complejo de analizar será el rol que cumplirá en el área económica el nuevo Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich.

En este sentido, gran parte de las expectativas sobre la posible morigeración y/o corrección de algunas líneas del modelo económico pasan por el margen de maniobrabilidad e influencia que la política le otorgue a Capitanich por sobre el “nuevo” equipo económico.

En el aspecto político, el mensaje parece apuntar a la consolidación de un delfín presidencial que le permita poner un soporte de peso dentro de la estructura del peronismo. La elección de Capitanich es un mensaje político de la Presidenta hacia dentro del peronismo como factor ordenador y de poder mirando hacia el futuro del debate de la sucesión presidencial. El interrogante central pasa por terminar de develar si el peronismo tomará al Gobernador de Chaco como un exponente kirchnerista con peso propio para condicionar la interna política o si le exigirá más temprano que tarde que declare su “peronización”.

Si efectivamente Capitanich termina asumiendo el desafío de ser el garante de la existencia de un candidato de raíz peronista dentro del kirchnerismo (que no necesariamente termine siendo él mismo), el PJ podría enfrentar el próximo turno electoral con, al menos, cuatro candidatos (Massa, Scioli, De la Sota y Capitanich) que deberán debatir si dirimen sus candidaturas en internas abiertas o se presentan por espacios distintos.

En caso de producirse este último escenario, podría plantearse una situación tan inédita como paradojal: si el peronismo no logra aglutinar todo su caudal electoral en una o dos alternativas electorales podría facilitar con muchas más probabilidades el ingreso de alternativas no peronistas a la discusión electoral del 2015. Es, sin embargo, en este escenario de dispersión y potencial aumento de la posibilidad de una derrota del peronismo, que el kirchnerismo parecería aumentar su beneficio sosteniendo un caudal electoral propio importante (no licuado dentro del peronismo) y con una representación parlamentaria que todavía podría cumplir un rol fundamental en las futuras formaciones de coaliciones de un Congreso que se presentaría muy fragmentado. Así, nuevamente en nuestra historia, parece que a la fracción del peronismo gobernante le conviene “derrotar” a su propio partido.