TRAGEDIA EN ESTADOS UNIDOS: Un joven de 20 años fusiló con cuatro armas de fuego a 20 chicos y a seis adultos y se suicidó
Estados Unidos se hundió ayer en la conmoción y el dolor tras la masacre de 20 chicos de entre cinco y diez años y de seis adultos, en un tiroteo dentro de una escuela primaria de la hasta ayer apacible y pintoresca ciudad de Newtown.
Adam Lanza, un joven de 20 años que padecía un trastorno mental, ingresó con cuatro armas por la mañana en la escuela de Sandy Hook, a la que asisten más de 600 alumnos y donde su madre, una de las víctimas fatales, daba clases.
En una casa de otro barrio de la ciudad, también se encontró el cuerpo de un allegado del asesino; la policía cree que sería su padre.
Horas después de la masacre, un presidente Barack Obama compungido, incapaz de mantener su habitual templanza, le habló con lágrimas en los ojos al país desde la Casa Blanca.
«Hemos soportado demasiadas de estas tragedias en los últimos años. Y cada vez que me entero de estas noticias reacciono no como presidente, sino como cualquier otra persona lo haría, como padre. Y eso es especialmente cierto hoy [por ayer]», dijo el mandatario.
«La mayoría de los que murieron eran niños, hermosos pequeños niños de entre cinco y 10 años. Tenían toda su vida por delante, cumpleaños, graduaciones, casamientos, hijos propios», agregó Obama, que en ese momento se quebró y se secó las lágrimas.
Con el tiroteo de ayer en Newtown, un pueblo de 27.000 habitantes ubicado a 128 km de Nueva York, Estados Unidos cerró uno de los años más dramáticos de su historia en masacres con armas de fuego. Obama recordó el tiroteo de Aurora, en Colorado, y el de Oak Creek, en Wisconsin, que sacudieron al país en la última mitad del año.
Los testigos de la matanza de Sandy Hook describieron una escena horrible en un lugar de ensueño, tranquilo y rodeado de árboles: el ruido de las más de 100 balas disparadas por Lanza, el grito desesperado de niños y adultos, las sirenas de la decenas de autos de policías que llegaron al lugar, las lágrimas de padres en estado de shock que llegaban en busca de noticias sobre sus hijos. «Hoy el mal visitó a esta comunidad», dijo Dannel Malloy, el gobernador de Connecticut, uno de los estados más estrictos con el control de armas.
El mal se desató a las 9.30 en dos aulas conjuntas; en una de ellas, daba clases la madre de Lanza. Tras matar a ella y a 18 niños (otros dos murieron en el hospital), el asesino, que llevaba cuatro armas, salió a los pasillos, donde asesinó a la directora y a otros miembros del personal del colegio.
Luego, Lanza se suicidó. Anoche, su hermano, Ryan, dijo a la policía que Adam tenía trastornos de «tipo autista».
«Todo el mundo estaba histérico, padres y estudiantes. Había chicos saliendo de la escuela ensangrentados. Fue horrendo», dijo Brenda Lebinski, madre de una de niña de 10 años que se salvó de la masacre.
Newtown es uno de esos pueblos de Nueva Inglaterra donde las calles se alumbran con faroles coloniales, vestidos, en esta época del año, con tejas, con luces de colores, ramas de pino y moños colorados, una escena que se repite en la mayoría de las casas.
Allí, «todos conocen a todos», como repetía ayer cada una de las personas que respondía las preguntas de la marea de periodistas que invadieron repentinamente el lugar.
«Fue horrible, estaba espantado, uno nunca espera que esto pase en un pueblo, pero creo que cualquier cosa puede pasar», dijo ayer Bobby Haskins, un adolescente de 14 años, que pasó tres horas encerrado en la iglesia de su escuela, ubicada muy cerca de allí, junto a sus compañeros, luego de que ocurrió el tiroteo.
«Si me decías ayer que algo tan terrible iba a ocurrir acá, te decía que estabas loco», agregó a LA NACION.
Por más pacífico que sea Newtown, los tiroteos se han convertido en una amenaza tan común en Estados Unidos que en las escuelas se realizan simulacros para enseñarles a los alumnos como protegerse, de la misma manera que ocurre con los terremotos o los incendios.
«Nos enseñaban a encerrarnos en los roperos del salón si escuchábamos tiros. Siempre bromeábamos que nunca iba a pasar. Nos reíamos de eso. Siempre creíamos que no iba a pasar», comentó a LA NACION Matt Coyne, un cronista de un periódico local, en una de las calles aledañas a la escuela, que ayer estaba atestada de periodistas. «Hoy [por ayer] pasó», sentenció Coyne.
Envueltos por el frío del invierno y vomitando vapor con cada palabra, Coyne hablaba mientras a su lado tres hermanos que crecieron en Newtown, Mary, Sam y Fred Pandergast, colgaban una bandera de Estados Unidos entre dos pinos. Al lado, un cartel rezaba: «Dios bendiga a las familias».
Es lo menos que podemos hacer», justificaba Sam. «Somos siete hermanos. Todos crecimos acá. Nunca nos tuvimos que preocupar por tiroteos cuando éramos jóvenes. Los tiempos han cambiado. Esta noche, habrá 20 camas vacías», agregó.
Cuatro helicópteros sobrevolaban a esas horas los alrededores de la escuela, ubicada en una calle, rodeada de casas y bosques de pinos, a unas pocas cuadras del centro de Sandy Hook, cuyas calles ayer estaban tapadas por una larga hilera de camionetas de las cadenas de televisión.
«Recibí un mensaje de texto de una amiga. No podía creer que era en Sandy Hook, tan cerca», comentó a Melisa Latifi, una estudiante que trabaja de camarera en un restaurante muy cerca de la escuela y que se había acercado hasta allí a llevarle comida a los policías y bomberos.
No hubo una sola persona que no saliera del espanto por una tragedia que golpeó una comunidad tranquila, en un pueblo donde viven banqueros, jubilados, y donde anoche todas las personas se cansaban de repetir que era un lugar seguro. Esa tranquilidad quedó hecha trizas con cada bala que terminó con las 26 vidas que Lanza destrozó. «Éste es un pueblo tan tranquilo -suspiraba Bobby Haskins, vestido con bermudas deportivas, a pesar del frío-. Pero va a ser difícil dormir esta noche.»
UN PAÍS MARCADO
La cifra de víctimas es superior a uno de los tiroteos más famosos en la historia de Estados Unidos, la masacre de 1999 en la secundaria Columbine, en Littleton, Colorado, donde dos adolescentes mataron a 13 estudiantes y empleados antes de suicidarse. Esa matanza marcó al país como pocas otras lo habían hecho antes
Tal como ocurre con cada tiroteo, la tragedia de Newtown reavivó en segundos el debate sobre el control de armas de fuego, avaladas en la Constitución del país. En 2004, caducó una prohibición nacional de una década en armas de asalto, un giro que permitió al acceso a armas más sofisticadas y letales.
Un sondeo de la firma Gallup de fines de 2011 reveló que el apoyo a las restricciones al acceso a las armas llegó a un piso histórico del 26%, la cifra más baja desde 1959, cuando Gallup comenzó a realizar ese sondeo.
«Vamos a tener que unirnos y tomar acciones significativas para prevenir más tragedias como ésta, sin importar la política», reclamó Obama.fTE.LANACION