JUSTICIA: Tercer ADN de las francesas y el suicidio del Comisario
Por Luis Sangiorgio. Una emocionante despedida tuvo ayer el ex jefe de la Brigada de Investigaciones 1, comisario principal Guillermo Piccolo, quien se descerrajó un tiro en la cabeza con su arma reglamentaria a cien metros de su base, al mediodía del jueves pasado, en la vía pública.
Rodeada de sus tres hijos, de 17, 16 y 11 años, su esposa, entre sollozos, lanzó una frase con tono desesperado, cuando el ataúd donde descansaban los restos de su marido comenzó a descender a la fosa. “Hijos de puta!”, gritó y se fundió en un abrazo con su prole.
“Mi hijo era un hombre fuerte; jamás pensé que podría llegar a esto. Hay que investigar qué lo condujo a tomar tamaña determinación y dejarlo aclarado”, clamó su madre, envuelta en llanto y desesperación.
Por otro lado y “hablando en nombre de nuestra familia”, su primo, Hugo Báez, no dudó en afirmar sin ambages: “La institución idónea para realizar la investigación del por qué sucedió esta desgracia es la Policía, siempre y cuando el poder político lo permita y deje que se descubran las verdaderas razones, a cuyos integrantes se las atribuyo”.
Las palabras del pariente del oficial fallecido generaron gritos de protesta: “¿Dónde están el ministro de Gobierno y el secretario de Seguridad?”, al referirse a Maximiliano Troyano y Aldo Rogelio Saravia, respectivamente, ausentes de la ceremonia religiosa realizada previamente en una casa de velatorio céntrica y ofrecida por el capellán policial Horacio Rivadeneira. Ambos funcionarios tampoco asistieron al entierro, efectuado poco después de las 18 en un cementerio privado de la zona sur.
Un centenar de efectivos de la Guardia de Infantería -donde Piccolo se desempeñó como jefe, antes de asumir su último cargo-, vestidos con sus uniformes de combate y en posición de firmes, transmitieron a los presentes el sentimiento de camaradería que había despertado entre sus hombres el alto oficial y lloraron sin complejos.
“Vista a la derecha, saludo uno!”, ordenó el comisario Cejas a los Infantes y dijo: “Nos enseñaste a servir con honor y honestidad donde quiera que fuese, siendo un ejemplo para nosotros, bajo la lluvia inclemente o el sol abrazante. Seguiremos tus pasos donde quiera que nos toque servir”.
Terminada la ceremonia, la esposa del uniformado despedido no quiso hacer declaraciones. “Ahora no, no puedo!”, exclamó.
Un alto oficial en actividad cuyo nombre, como el de otros, no se consignará, por razones obvias y no por pedido de ellos, fue rotundo: “Guillermo Piccolo era un quebracho. Duro, derecho e incorruptible, pero no pudo soportar las presiones de Aldo Saravia, un hombre acostumbrado a maltratar a todos, especialmente a nosotros, los oficiales superiores”.
Otro añadió: “Hay que analizar el celular de Piccolo. Es que, antes de tomar su drástica determinación, recibió una llamada de ese hombre”.
“El caso de las francesas -dijo un tercero- es la clave: Piccolo quería abrir una segunda línea de investigación pero Saravia se opuso, porque quería darla por terminada. Sin embargo, en París, apareció un tercer ADN, que abrió una interrogante tremenda”.