viernes 19 de abril de 2024 05:30:37

LIBIA: Las tropas de Gafafi recuperan Bin Yauad y preparan su asalto a Ras Lanuf

Las tropas leales a Muamar el Gadafi han lanzado una serie de contraataques contra las ciudades controladas por los rebeldes al oeste y al este de Libia, una estrategia que incrementa el temor a que Liba acabe sumida en una guerra civil larga y de consecuencias imprevisibles. Nada en el país magrebí apunta en estos momentos a que el levantamiento contra el régimen de Gadafi acabe con una dictadura de cuatro décadas. Los mercenarios de Gadafi están cada vez más fuertes y los insurgentes, pese a su estado permanente de ebullición, parecen languidecer ante el embate de las tropas del dictador, mejor preparadas y con más armamento. Aunque la revuelta libia tiene su origen en las revoluciones democráticas de Túnez y Egipto, el panorama sobre el terreno se aleja cada vez más de lo que ocurrió en esos países vecinos y se asemeja a la violencia del Irak post Sadam.Las fuerzas del dictador continúan este lunes con su asedio sobre Zauiya, la ciudad estratégica situada a 50 kilómetros al oeste de Trípoli. Esta plaza está controlada por los rebeldes, pero la escasez de agua y alimentos ya es acuciante, y a ella se ha unido en las últimas horas la falta de armamento. Ante esta situación, los esbirros de Gadafi han incrementado el castigo sobre el enclave, crucial para avanzar hacia una hipotética conquista de la capital libia, un objetivo cada vez más lejano para los líderes rebeldes si no cuentan con ayuda militar extranjera.

Miedo en Bengasi

La situación para los sublevados al este, la zona del país donde primero y con más fuerza cuajó la insurrección, tampoco es boyante. En Misrata, situada a 200 kilómetros al este de Trípoli, el mando rebelde mantiene a duras penas su control, pero el castigo de las brigadas que dirige Jamis Gadafi, hijo del sátrapa, ha dejado mella. Los residentes en esa ciudad viven con angustia la ofensiva de Gadafi, que al igual que en Zauiya, ha empleado artillería, cohetes y fuego de mortero. Más al oeste, en la ciudad petrolífera de Ras Lanuf, los habitantes también tienen miedo porque consideran que el Ejército libio no ha dicho aún su última palabra y volverá a atacar para recuperar el poder, todavía en manos rebeldes. Muchas personas están abandonando en coche esta ciudad con sus pertenencias y los rebeldes han movido su arsenal a un punto indeterminado del desierto por miedo al ataque, informa Reuters.

“Hemos escuchado que nuestras posiciones van a ser bombardeadas, por lo que hemos escondido nuestras armas”, ha asegurado un miliciano rebelde a Reuters desde Ras Lanuf. Otro ha añadido: “Las hemos llevado al desierto”. Un tercer rebelde ha asegurado que los insurgentes se habían replegado al desierto para preparara un nuevo ataque a Bin Yauad que les permita despejar el camino hacia la conquista de Sirte.

Hoy hay poca presencia de rebeldes en la carretera principal que une Ras Lanuf, a 660 kilómetros de Trípoli, con Bin Yauad, que ayer vivió los combates más encarnizados. Las unidades de Gadafi lanzaron duros ataques contra esa ciudad situada en el camino hacia Sirte, el feudo natal del dictador. El castigo obligó a los opositores a replegarse a Ras Lanuf, fracasando así en su asalto al bastión de Gadafi.

Los uniformados enviados por Gadafi han recuperado este lunes el control de Bin Yauad y preparan su asalto a Ras Lanuf, a escasos 40 kilómetros al oeste, según testigos citados por Reuters. “Fui a Bin Yauad y a 20 kilómetros de la ciudad se veía una columna de camiones y vehículos militares y hasta un caza avanzando lentamente en esa dirección”, ha dicho un testigo.

En el extremo occidental del país, en Bengasi, la capital de los rebeldes, la situación también es de incertidumbre. El Consejo Nacional que dirige la ciudad desde la estampida de los militares se encuentra en la encrucijada. No sabe si reforzar el frente rebelde con el envío de más hombres o atrincherarse en la ciudad ante los rumores crecientes de que Gadafi prepara un golpe.Objetivo: Sirte

La diana de los insurgentes es Sirte, la capital que vio nacer al dictador, a medio millar de kilómetros de Trípoli. Será un hueso durísimo de roer, si alcanzan sus puertas. Los soldados leales a Gadafi y sus milicias, apoyados por helicópteros y tanques, atacaron con saña esas dos poblaciones, y también Misrata. Los muertos se cuentan por decenas. La guerra, ya abierta, se recrudece cada jornada que pasa.

Los dictadores árabes de países con un arraigado componente tribal acostumbran a otorgar prebendas, altos cargos y contratos a los miembros de sus extensas familias, en el sentido árabe de la palabra. Y construyen hospitales, carreteras, viviendas e infraestructuras en sus regiones de origen, mientras otras -donde están implantadas tribus rivales o distintos grupos étnicos o religiosos- padecen un abandono sangrante. Sadam Husein fue un benefactor para Tikrit, su feudo en el norte de Irak. El megalómano Muamar el Gadafi trasladó a Sirte varios ministerios, construyó en mármol el Palacio de Congresos más grande del norte de África. E incluso, qué sarcasmo, logró para su cuna la sede del Fondo de Naciones Unidas para la Democracia. Por eso Sirte está en el punto de mira. Su caída supondría un revés devastador para Gadafi, un golpe psicológico crucial y dejaría el camino expedito hacia Trípoli. De ahí, que a nadie extrañaría que la guerra que libran los insurrectos se estancara en esta ciudad que acoge una enorme base militar. Su importancia estratégica es indiscutible. Aunque en otros frentes también se suceden las refriegas.

Los libios han mostrado suma paciencia durante tres décadas. Porque Gadafi era un auténtico héroe popular cuando perpetró el incruento golpe de Estado que fulminó la monarquía del rey Idriss en 1969, y fue un gobernante bien visto durante los primeros diez años de su tiranía. Supo jugar con los sentimientos anticolonialistas, bien anclados entre los libios, para granjearse el respaldo popular. Y fue en esa época cuando construyó los fundamentos de su poder militar, debilitando al Ejército a la par que formaba los comités revolucionarios y los cuerpos paramilitares que ahora combaten contra los rebeldes.

Ya en 1973, su Ejército ocupó una franja de territorio chadiano, y el conflicto con este país se prolongó hasta 1987. Justo una década antes había lanzado una fugaz guerra contra Egipto después de que Anuar el Sadat anunciara su intención de firmar un acuerdo de paz con Israel. Los fallecidos se contaron por decenas de miles, sin tener en cuenta las víctimas de la bárbara represión política en Libia.

Ahora todo son prisas. Tal vez demasiadas, y tal vez resulten contraproducentes para los rebeldes. Al menos a corto plazo. El Consejo Nacional no era partidario de desatar una avalancha de rebeldes hacia la capital libia. Es consciente de que sus fuerzas no tienen la capacidad para alcanzar Trípoli y asestar el golpe definitivo al régimen con la celeridad con la que consiguieron expulsar de Bengasi a los esbirros y agentes de Gadafi: tardaron cuatro días en liberar la ciudad.

Pero al calor de las revueltas que sacuden el mundo árabe, la emoción desbordada y el desenfreno es patente en los sublevados. Avanzan por tierra sin poder garantizar debidamente la retaguardia porque Gadafi es dueño del aire. Una ventaja decisiva. Como decisivo es que en Libia, a diferencia de Túnez o Egipto, el Ejército no podía jugar papel institucional alguno ni forzar el hundimiento del aparato militar de Gadafi, infinitamente mejor armado que sus enemigos.

Eso no arredra a los insurrectos. Es imposible que se rindan. Entre otras razones porque saben bien que, si son vencidos, las represalias provocarán escalofríos. Conocen el paño al que se enfrentan. Y nadie piensa en esa eventualidad. Están convencidos de que el autócrata tiene los días contados. Aunque sea difícil que eso ocurra si la comunidad internacional, que no parece nada dispuesta a embarcarse en otra aventura militar en un país árabe, no impone una zona de exclusión aérea, o si Trípoli no se alza contra el gobernante.

Fue ayer un día de celebración -no se sabe si fingida- de los leales a Gadafi en Trípoli, que se alegraban por la supuesta toma de Misrata y Zauiya -el segundo enclave petrolero de Libia-, aparentemente falsa. El ruido de los disparos se escuchó por la mañana, y testigos citados por Reuters aseguraban que solo se trataba de amedrentar a los vecinos. Abdelhafiz Goga, portavoz del Consejo Nacional, afirmó que esas dos ciudades permanecen en manos de los insurgentes y que el régimen lo único que desea es crear confusión. Un portavoz del Gobierno de Gadafi advertía de que sus militares están cerca de aproximarse a Bengasi. En su plaza central se discutía si sumarse al frente o parapetarse en la capital de la revuelta. Las espadas están en alto.Fte.elpais.com