El diputado Ricardo Alfonsin se presentó como candidato a presidente del radicalismo pero ya marcó el camino de las alianzas
Desde un escenario montado sobre Avenida de Mayo y San José, de espaldas al Congreso y de frente a un público que se extendió casi hasta la 9 de Julio, Ricardo Alfonsín se lanzó oficialmente como candidato a presidente por la UCR, pero en un frente para el que ya eligió aliados y adversarios.
Lo dejó claro en el discurso de 40 minutos que cerró un acto que había comenzado con palabras del ex gobernador de Chaco Ángel Rozas y el senador jujeño Gerardo Morales, insuficientes para contagiar a un público heterogéneo, en el que si bien prevalecieron los jóvenes universitarios, no faltómilitancia de base más típica de tertulias peronistas, con banderas y bombos.
Alfonsín empezó y terminó hablando del gobierno de su padre, al que le adjudicó haber cumplido con el compromiso de afianzar la democracia que, reiteró varias veces, exigía esa coyuntura. “Muchos gobiernos democráticos había caído por nuevas dictaduras”, recordó.
De ahí a la comparación con el presente, que lo tiene como único candidato formal del partido: “Pensábamos que con la democracia se podía avanzar en la construcción de una sociedad más justa, más equitativa, más igualitaria. Pero no hemos avanzado. No sólo las dictaduras cercenan los derechos. Se deslegitima la política cundo no sabe darle al hombre dignidad”, definió.
Como ejemplo del ascenso social que pregonó y dijo encontrar ausente desde que los Kirchner están en el poder, recordó que el abuelo de su padre era “un gallego analfabeto”, cuyo hijo puso un almacén de ramos generales y el nieto “fue a la universidad, se recibió de abogado y fue presidente de la república”.
Lo acompañaban en el escenario legisladores y dirigentes consustanciados con sus aspiraciones presidenciales como los diputados Ricardo Gil Lavedra, Ulises Forte y Elsa Álvarez; los senadores Alfredo Martínez y Juan Carlos Marino; el presidente del Comité bonaerense Miguel Bazze, entre ot
La impactante columna de La Cantera al llegar al acto de Alfonsín.
El de Marino fue un caso a destacar. Por su identificación con Enrique “Coti” Nosiglia, se lo relacionó a Julio Cobos hasta que hace unos meses sorprendió en Córdoba para asistir al acto de lanzamiento del Morena, la línea alfonsinista, con muchas banderas en la noche.
No fue el único con líderes que poco comulgan con Alfonsín: en las calles, con plasmas cada dos cuadras para seguir los discursos, se vieron banderas de La Cantera Popular, la línea de la juventud vinculada a Juan Nosiglia, el hijo del Coti, cuyos representantes visitaron a Cobos en su despacho hace sólo quince días.
También había una bandera de la diputada nacional de Lanús Sandra Rioobó, cercana siempre a Leopoldo Moreau. Si algo han mostraron esos históricos es saber deambular entre los avatares del partido. Sobraban banderas de Franja Morada y se destacaba, como ajena, una de Boca firmada con letras blancas por Carlos Bello, el viejo puntero radical de ese barrio, que no quiso estar ausente.
Alfonsín improvisó un discurso que intentó sumar todos los radicales al no referirse siquiera elípticamente a desertores o rivales. Abundó en la unidad del partido y hasta se permitió considerar absurda la idea de un pacto de agresión “con Julio” (por Cobos).
Aunque evitó los nombres propios, pareció referirse a Elisa Carrió al referirse de “los que critican al partido y no vienen a dar el debate adentro”. Y sonó a mensaje a Macri cuando dijo no estar en contra de los que sólo quieren ganar plata pero pidió “que no vengan al Estado a robársela a los pobres”.
Como se esperaba, abogó por un acuerdo con el socialismo y el Gen pero sorprendió al sumar en esa lista a Encuentro Popular, un espacio de centroizquierda que oscila entre el panradicalismo y la centroizquierda no K, a la que Alfonsín le envió un mensaje la semana pasada reuniéndose con el piquetero Jorge Ceballos.
Tal vez para convencer de su vocación de participar en la general, las críticas más duras las reservó para el Gobierno. “Es más difícil crecer que no crecer. De nada sirve crecer al 8% o al 9% si también crece la pobreza”, explicó.
“A pesar de las tasas chinas, la educación pública está igual o peor, la inseguridad está igual o peor, la salud pública está igual o peor y el trabajo en negro está igual o peor”, enumeró.
Hasta se permitió autocrítica en el cuestionamiento. “El peor impuesto es la inflación. Nadie como el radicalismo sabe que pasa cuando se desata la inflación”. Marcó así territorio en lo que, seguramente, será uno de los ejes de la campaña presidencial.
Aclaró que no es pesimista pero que se requieren “políticas públicas”, con foco especial en “la recuperación de los ferrocarriles”. Se diferenció de los Kirchner al sostener que el presidente no puede estar en todo “y debe delegar”.
Respondió con un sutil racconto histórico a quienes lo ningunean por no tener experiencia en gestión. “Si hubieran estado en Estados Unidos en los 60 no hubieran votado a (John Figerald) Kennedy, si hubieran estado en Brasil en el 2000 no hubieran votado Lula. No hubieran votado a Perón, que sólo había sido secretario de Trabajo”.
Hizo una breve referencia a la corrupción (“ser honesto es fácil para cualquier radical y cualquier bien nacido, pero tampoco hay que ser sectario o demagogo”) y se animó a hablar de la CGT.
“Me preguntan si no le tengo miedo. El miedo siempre tiene una causa ilegítima. ¿Por qué pasar lo mismo que en los 80? ¿Por qué no nos van a querer los trabajadores y vamos a terminar con el trabajo en negro?”, preguntó a los gritos. Y, siempre sin dar nombres, advirtió que la sociedad resistiría cualquier embate en su contra. El final fue con al marcha, que sonó más fuerte en los parlantes que en las calles, donde la juventud privilegió el cántico “volveremos a ser gobierno. Como en el 83