EL PRESIDENTE Y MASSA CONTRA CRISTINA INTERNA EN JUNTOS POR EL CAMBIO Y LA PELEA POR LAS COMISIONES
El FMI divide a las cabezas del oficialismo y también genera tensión en la oposición. Un peronismo que, si busca su futuro mirando hacia atrás, está más cerca de buscarlo por el lado de un Scioli que por el lado de Cristina
La idea de que Cristina y Màximo hacen una retirada estratégica, para volver a recoger los pedazos de un desastre que ellos advirtieron, es tan audaz como la presión de Alberto y Massa de abrazarse al FMI con el objetivo de que sus socios se aparten de la coalición. La realidad la decide la medida de fuerzas de unos y otros. La familia K es minoría en la alianza del oficialismo y pende hoy de elementos simbólicos, de difícil cuantificación, que debilitan la sustentabilidad de la idea de la retirada táctica.
Entre esos elementos simbólicos está la affectio societatis: Alberto y Massa tienen la peor opinión de Cristina y su hijo, y sus respectivos entornos se odian y se hostigan. Se han soportado para fraguar una unidad virtuosa que les permitió ganar en 2019. Pero no han tenido la fuerza para hacerla durar. Olivos cree que Cristina los conduce al fracaso y aconsejan tomar distancia. Lo han logrado en este round al acordar con el FMI. Creen que romper con el organismo los conduce a la derrota en 2023. El símbolo es la visita de Juan Manzur al embajador de los EE.U. horas después de los sombrerazos de Alberto en Moscú con Putin.
El entorno de Cristina mostró la hilacha cuando renunciaron a los cargos después de la carta crítica que siguió a las PASO. Creen, replicando a sus adversarios, que un acuerdo con el FMI también los lleva al fracaso electoral en 2023. Están cerca de admitir que, por segunda vez, como creen que ocurrió en 2018, el FMI propone un entendimiento para que Cambiemos gane las elecciones. Nunca creyeron la desmentida de Mauricio Claver-Carone. El presidente del BID negó haber afirmado que Trump ordenó ese préstamo en favor de Macri. Sólo admitió que fue un error concederlo.
El radicalismo llamó a los expertos del partido para redondear la posición en el Congreso ante el acuerdo. Mario Negri, jefe del bloque, juntó a los 33 para esta jornada de discusión el jueves: Carlos Pérez Llana para que les explicase el mundo; Jorge Lapeña y Daniel Montamat la energía; y Eduardo Levy Yeyati la economía y el acuerdo con el FMI. Este es uno de los economistas más escuchados por Morales y Larreta, y describió cuál puede ser la mejor suerte del acuerdo en el Congreso.
1) El tratamiento del tema es una decisión binaria, por sí o por no, apretar botón verde o botón rojo; el paquete no se abre, como creen Macri o Moreau.
2) El acuerdo, por lo que se conoce, pide un ajuste razonable, de difícil cumplimiento, pero que conviene facilitar que se apruebe.
3) Si las metas se cumplen, le facilitan las cosas al futuro gobierno, y eso va en beneficio de Cambiemos, que apuesta a ganar en 2023.
4) Si las metas no se cumplen, quien paga el costo es este gobierno.
5) Si la oposición no facilita la sanción, pagará un costo ante su electorado. La oposición tiene que dar el quórum, abstenerse si el menú incluye aumento o creación de nuevos impuestos, pero si es necesario, hasta retirar diputados del recinto para que se apruebe.
En síntesis, el minué legislativo inventado en la transición de los ’80 al ’90 por Jaroslavsky, Manzano, Pichetto, Roggero, los padres fundadores, para permitir que el oficialismo se lleve una ley, aunque le falten votos. Le preguntaron a Levy qué haría él en caso de ser diputado: apretaría el botón verde, respondió sin dudar.
Los ayatolas de la ortodoxia
Se entiende esta línea: el mejor escenario es que el acuerdo salga de manera incruenta, que parezca un accidente. Para la oposición, terminaría un debate salvando la continuidad del Estado y sepultaría la discusión sobre la economía de Macri, que le resta y no le suma nada a Cambiemos. El sector que representa el expresidente tiene el lastre de creer que la política se arregla desde la economía. Esto lo esclaviza ante los ayatolas de la ortodoxia, que proponen revoluciones de una profundidad similar a la que, desde el otro extremo del dial, aconsejan los trotskistas.
El ala radical de la coalición propone “balconear” un debate ajeno. Gerardo Morales tomó distancia de Bullrich y de Cornejo, que pidieron que antes de decidir quieren saber qué opina Cristina del acuerdo: «Venimos tratando de desempoderarla a Cristina y con esto le damos un poder que no tiene», se quejó. La manía de las derechas por hablar más de economía que de política los distrae de lo importante, tanto como los despista a radicales y lilitos hablar más de política que de economía. Está claro que un proyecto político no es un plan económico. Tampoco un plan económico es un proyecto político.
Marcando la cancha todos los días
La disputa del liderazgo hace que Gerardo Morales no deje pasar la oportunidad de marcar la cancha frente al PRO. Es la manera que tiene de probar fuerzas ante estos socios en Cambiemos, que se timbean en la interna de la UCR. Larreta, candidato presidencial hoy sin discusión en el PRO, está amarrado a los adversarios de Morales dentro del radicalismo, con quienes tiene loteada la administración porteña a través de Martín Lousteau. Es un fortín difícil de sitiar para el jujeño, que aprovecha el debate sobre qué hacer con el acuerdo con el FMI.
Lo discutió agriamente en la mesa de Cambiemos para disolver la intención del PRO de debatir como si gobernase. Macri insiste, en cada intervención pública, en que el acuerdo no es bueno y que el gobierno lo va a incumplir porque son una banda de irresponsables. Patricia Bullrich lo sigue en esa línea, cuando mocionó que se derogue la ley que obligaba a hacer pasar el acuerdo por el Congreso. Morales alzó la voz en la sesión de la mesa nacional: no nos metamos, hay que balconearlo, ellos son el gobierno, hay que dejar que esto pase rápido porque cada debate en el que nos metemos nos compromete sin necesidad
Morales se queja del estilo asambleísta de Bullrich de correrlos a sus socios con tomas de posición antes de cada encuentro, con la intención de tomar la iniciativa. «Nos quieren llevar como burro a Bolivia», repitió en esa mesa del miércoles después de quejarse de Bullrich por creerse la dueña de Cambiemos.
La presidente del PRO participó durante unos minutos porque estaba tomándose un avión. Se preguntaron algunos a qué burro se refería Morales. Aludía a un refrán jujeño: “Llevar como burro a Bolivia” es ir hacia la altura y para que un burro suba hay que llevarlo a los chicotazos. Patricia lo llamó por teléfono después al gobernador para bajar la presión. Morales volvió a hablar de burros hacia Bolivia.
Es improbable que el acuerdo de 2018 haya sido para ayudarlo a Macri, a quien nadie podía salvar ya; tampoco es creíble que ahora busque beneficiar a la oposición, como cree el Instituto Patria. Pero el oficialismo cree esas cosas. Como sueñan también que el péndulo regional los beneficia. Después de las elecciones en Perú, la victoria de Gabriel Boric en Chile, las buenas encuestas de Lula en Brasil y del ex insurgente Gustavo Petro en Colombia, imaginan que el astillero regional construye un arca de Noé que la traerá de nuevo a Cristina en 2023.
De paso, el papa Francisco volvió a armar lío en la feligresía colombiana al recibirlo a Petro. Quebró la leyenda de que no recibe a candidatos, y Petro lo es. Hubo picaresca porque el Vaticano no difundió fotos del encuentro, pero circularon imágenes de los dos. Para algunos era un ingenio de Photoshop, como el que urdió Pepe Albistur en 2013 durante el gobierno de Cristina, para divulgar imágenes de Francisco en Río de Janeiro con Martín Insaurralde, candidato a diputado nacional de aquel año. Los colombianos exageran el pánico, porque Petro ya estuvo con Francisco cuando era intendente de Bogotá y tiene un amigo común. Es el argentino Luis Mariano Montemayor, nuncio (embajador) de la Santa Sede en Colombia.
Esas hipótesis regionales son presunciones entretenidas pero que carecen de sustentabilidad: el cristinismo es un movimiento de minorías, lo es en la cúpula del poder, lo es dentro del peronismo nacional. Lo prueba la pobre performance electoral de su marca desde 2009. Cristina es una experta en derrotas. El supuesto del arca de Noé sería plausible si representase la mayoría, por lo menos dentro de un peronismo que, si busca su futuro mirando hacia atrás, está más cerca de buscarlo por el lado de un Scioli que por el lado de Cristina.
Se equivocan además quienes creen que Maxi y Cristina piensan distinto. Desde hace rato que la oficina de la vicepresidencia en el Senado es la sede de las reuniones importantes que mantiene su hijo que, siendo diputado, dispone de las secretarias y los celulares y toma el café que se sirve en la oficina del Senado, la que usa con confianza de heredero.
La inquietud de quienes miran bajo el agua es cuál será la reacción del peronismo ante la defección de Maxi. El ojo está puesto en la provincia de Buenos Aires, sede del último alarde de fuerza del vástago vicepresidencial. Aprovechó la docilidad de los intendentes para subirse a la presidencia del partido y, de rondón, monopolizar el armado de las listas de candidatos. De los 15 diputados nacionales que ingresaron a la Cámara, sólo uno responde a la tribu de los intendentes. Es el cacique de Florencio Varela Julio Pereyra, cercano hoy a Martín Insaurralde, personajes los dos que preexisten al cristinismo y que seguramente lo sobrevivirán.
Con esa movida que hizo en 2021 Maxi puede atribuirse el control de unos 30 diputados propios. La duda, a futuro, es si esos legisladores encuentran la justificación para permanecer bajo la observancia de Cristina. Hoy les tienen que explicar el negocio o la ideología que pueda haber en esa opción de militancia, en un peronismo más trizado que nunca.
El regreso a la presencialidad se demora por el omnipresente Ómicron, que contagia a todos. Lo desafía Cambiemos con los torneos en la semana. Uno es la reunión de las dos cámaras con el oficialismo, para decidir la integración de las comisiones. En el Senado hay bronca, porque la conducción de Cristina quiere que el reparto se haga entre bloques. La oposición quiere que sea entre interbloques, algo que perjudica a los senadores del PRO y no tanto a los radicales.
En Diputados, Negri soportó este domingo un bombardeo de felicitaciones por su cumpleaños. En todos los mensajes que recibió de colegas de la Cámara se despidieron hasta el martes, cuando se negociará con la cúpula de Sergio Massa la integración de las comisiones. Germán Martínez, nuevo jefe del bloque peronista, quiere que las comisiones se discutan por bloques y no interbloques. En la oposición no hay interbloque, con la crisis que ha congelado el comando de Negri. A los radicales les da lo mismo, pero al PRO no. Massa ya recibió, como presidente de la Cámara, la autorización para el reparto de comisiones.
En la sesión preparatoria, los jefes del PRO y de la Coalición, le indicaron que se ajuste «a la proporcionalidad de este Congreso» (Ritondo) y que sea mediante el sistema D’Hont «ya que la paridad entre los dos interbloques mayoritarios es, valga la redundancia, muy pareja» (Juan Manuel López). En el Senado la paridad de fuerzas promete coscachos. El oficialismo tiene 35 bancas, la oposición 33 y hay 4 boyantes. La pretensión de la oposición es que haya 27 presidencias de comisiones para cada vereda. Un país empatado tiene un Senado empatado. No está mal para quebrar ese demonio que empasta la política, que es la intransigencia.
Blanquean el decálogo para reformar la Magistratura
El segundo desafío es la reunión de la mesa de Cambiemos, que se hará el jueves en algún salón del conurbano norte. Les han avisado que es presencial -incluyendo a Macri, que vuelve el 9 de Cumelén-, y que será larga por los temas a tratar. Uno es cerrar la posición sobre el acuerdo con el FMI, que por ahora está dividida. Otro asunto es oficializar el Decálogo que resume la posición de la coalición sobre el proyecto de reforma del Consejo de la Magistratura.
Lo adelantó este diario hace dos semanas (Avant Première el 24 de enero). Lo demoraron hasta ahora para no confundir al público con acumulación de asuntos -eran los días del FMI-. En la última reunión de mesa se impuso el dictamen de Miguel Pichetto: hay que respaldar el proyecto de Mario Negri, que restaura la legalidad de la ley, que el cristinismo modificó en 2006 para darle más poder a los políticos.
Los límites del método
El tercer asunto que demorará esta discusión es un informe que traen segundas líneas, sobre la necesidad de institucionalizar de alguna manera el funcionamiento de una coalición que fomenta la horizontalidad para mantener la unidad, pero que se resiente cuando la falta de liderazgo unificado perjudica su crecimiento. No tener líder te permite crecer, pero el método tiene un límite. A la hora de las decisiones, el rumbo tiene que ser uno.
Le pasa al Gobierno, que estalla en la cúpula porque el acuerdo con el FMI los divide arriba. En Cambiemos ese debate también los salpica, como ocurrió en la última reunión y debatieron los jefes de la UCR y del PRO con posiciones divergentes. La directiva de Cambiemos le ha confiado un estudio a tres gestores para que propongan un sistema que permita sobrellevar la virtud de la unidad, aun sin liderazgo unificado.
Los encargados son el diputado Fabio Quetglas, la asesora de Larreta Julia Pomares -ex Cippec, una académica-, y Fernando Sánchez, estrella de la Coalición que quedó en puerta para regresar a Diputados. Tienen que leer todo lo que ha escrito Jesús Rodríguez sobre la necesidad de un método que ponga reglas a esa convivencia. Sin normas, termina imponiéndose la dialéctica, que obra por la negación del otro. Tienen que resolver la cuadratura del círculo. Quizá deban ensayar desde el método analéctico o del poliedro que imaginó Romano Guardini, el filósofo que buscó superar la dialéctica negativa.
En la praxis política confluyen tres elementos: programa, territorio y liderazgo. Cambiemos tiene resueltos los dos primeros, pero existe como coalición exitosa porque suspende la resolución del tercero. ¿Hasta cuándo le durará? En menos de un año debe tener reconocida una conducción en torno a candidatos presidenciales, que no pueden ser más de dos, nunca una decena.Por Ignacio Zuleta. Fte. Identidad Corrrentina