LA IDEA DE UN CAMBIO DE GABINETE POSELECTORAL EN EL EQUIPO DE MINISTROS YA NADIE LO DISCUTE Y ES ACEPTADA POR LOS DIVEROS SECTORES DEL PODER
Lo que vaya a ocurrir en el Gabinete depende de cómo quede cada pieza en el tablero doméstico pasadas las elecciones, pero está claro que las modificaciones van se ser producidas
En un país con la palabra menos devaluada, seguramente provocaría conmoción o algo parecido que el jefe de Gabinete acuse de golpista a un ex presidente y referente opositor. Es una postal más, camino a las PASO. Santiago Cafiero usa un tuit para decirlo, Mauricio Macri lo descalifica, un par de voces oficialistas se suman. Y listo. Es curioso lo que sucede: la campaña produce apenas algún ruido y escaso interés, pero los resultados electorales se proyectan trascendentes. Por lo pronto, la previa alimenta especulaciones sobre cambios en el Gabinete, versiones contradictorias que se dejan trascender desde el oficialismo. Un foco potente está puesto en Economía, con reflejo de incertidumbre local y externa.
La idea de un cambio poselectoral en el equipo de ministros es aceptada ya sin vueltas por los distintos sectores del poder. De hecho, eso mismo expresa la tensión interna, que no decrece y es disimulada sólo en parte. Dos últimos ejemplos la exponen: la llamativa frase de Alberto Fernández sobre su compromiso de no traicionar a ninguno de los socios del frente oficialista y las conjeturas sobre la presencia o inasistencia de Cristina Fernández de Kirchner en los actos de cierres de campaña.
El ministro de Economía viene sufriendo una baja de su cotización en la interna del oficialismo, además del costo que hace a la función y sin plan a la vista, entre otras razones porque siguen abierto el frente externo. Con todo, el nuevo pico de tensión por los posibles cambios no fue disparado por algún dato económico -en medio de la gravedad de la crisis- sino por el impacto político de los festejos en Olivos.
Guzmán ha vuelto a registrar cuestionamientos domésticos que parecían abandonados. Parece lejano el mejor momento de su gestión, cuando logró coronar el acuerdo con los acreedores privados. Además del natural respaldo presidencial, cosechaba buenas señales de Sergio Massa, Máximo Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, según la sucesión temporal. Sin embargo, por entonces, eran notorias las prevenciones de otros miembros del Gabinete, que recelaban de su lugar de privilegio entre pares.
Las referencias a Guzmán como “ministro de la deuda” surgieron en aquel momento como un recurso ácido dentro del propio círculo de funcionarios para marcar límites al titular de Economía. En los últimos tiempos, cuando resurgieron, tuvieron origen en otros sectores del oficialismo, empezando por el kirchnerismo duro, en paralelo con algunos gestos para enfriar expectativas sobre la negociación con el FMI. Ese capítulo queda para después de las elecciones de noviembre, salvo que las primarias precipiten movimientos de piezas.
Todo indica que la necesidad de postergar una resolución considerada “estratégica” hasta después de las campañas terminó generando un punto básico de entendimiento interno. CFK dio un guiño para saldar deudas con el Fondo utilizando la partida especial de DEG que el organismo repartió entre sus integrantes. Argentina recibió el 23 de agosto el equivalente a 4.334 millones de dólares. Los vencimientos de este mes, de noviembre y de diciembre suman casi exactamente lo mismo.
Ese gesto operó como un mensaje tranquilizador, pero poco después volvió a extenderse el mal clima doméstico y renacieron las versiones sobre un cambio de gabinete que afectan de manera especial a Economía. Con un agregado: hacia fin de año se irá agotando la etapa que permitió postergar el tema, desde la excepcionalidad que provocó la pandemia hasta los ingresos por la soja, con el broche reciente del giro del FMI, entre los puntos centrales.
Es sabido que la negociación con el Fondo no ofrece nunca un menú amplio. En este caso, se trata de negociar un programa de facilidades extendidas, que demanda reformas y ajustes. El primer trimestre del año que viene ya asoma complejo en materia de compromisos, con el añadido de las tratativas para nada lejanas con el Club de París.
Eso puede parecer el muy largo tiempo para el vértigo local. Antes, de todos modos, se definiría el perfil poselectoral del oficialismo y la profundidad o no de los cambios en el Gabinete. Al menos las versiones que se dejan circular no marcan una línea. Se habla de Martín Redrado, con sello massista, o de Augusto Costa, con marca de Axel Kicillof. No dice lo mismo hacia afuera cada nombre o especulación, salvo alimentar que el cargo está en discusión. Fte. I