DEUDA: EL ACUERDO CON LOS BONISTAS UN TRIUNFO POLÍTICO QUE EVITA EL DESCENSO PARA UNA HISTORIA QUE RECIÉN COMIENZA
El acuerdo repondría, al menos, una noción de orden. También le concede al Gobierno margen de tiempo
Alberto Fernández consiguió su primer objetivo completo en ocho meses de gestión. Pero la demora desacopló los tiempos políticos del presidente. El futuro de la economía.
Colocando la pandemia de coronavirus a un costado de la escena –un ensayo de abstracción extrema- puede afirmarse que el acuerdo por la deuda con los bonistas representa el primer objetivo político completo que alcanza Alberto Fernández en sus ocho meses de gestión. Reúne casi todas las condiciones que formaron parte, en ese plano, del libreto de campaña. No se le podrían achacar contradicciones ni conductas de camaleón, como ha sucedido con otra cantidad de decisiones.
El Presidente planteó siempre como prioridad evitar el default. Un punto de partida imprescindible para intentar reconstruir la economía en crisis hace décadas. Pero profundizada por Mauricio Macri?. Nadie esperaba, por supuesto, que la pandemia llevara la situación al desastre actual. Por lo cual el acuerdo con los bonistas, tal vez, doblaría su cotización.
A la estación final se llegó por el sendero que, en parcelas, se recorre en la administración de la pandemia. Allí el trato exclusivo de Alberto es con Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de la Ciudad. Aquí primó un amplio consenso político y social. Expresado en la postura de la oposición de Cambiemos –que votó por unanimidad la reestructuración de la deuda en el Congreso- y en las organizaciones sindicales y empresarias. Precisamente la necesidad de evitar el default figuró en las coincidencias selladas días pasados durante el encuentro virtual entre la CGT y la Asociación Empresaria Argentina (AEA).
De allí, que hayan llamado mucho la atención las objeciones que las dos principales figuras del kirchnerismo expresaron sobre aquel diálogo. Primero fue Cristina Fernández, la vicepresidenta. Luego Máximo?, su hijo, el diputado, quien en su exposición por la Ley de Moratoria fustigó a Héctor Daer, titular cegetista, y al núcleo de empresarios. Quizás lo hizo para compensar la ausencia de la CTA del kirchnerista Hugo Yasky. Idéntico reproche que Cristina le hizo a Alberto cuando no invitó a ese grupo gremial a la reunión en Olivos, del 9 de julio, con la CGT y el llamado Grupo de los Seis.
El acompañamiento opositor se reflejó incluso ayer con el apoyo de Macri, desde París, y las opiniones de varios economistas del sector. Es cierto que existieron matices entre lo manifestado por Guido Sandleris, el ex titular del Banco Central, y los ex ministros Hernán Lacunza y Alfonso Prat Gay. Nada de eso modifica el fondo de la cuestión. El ex titular de Finanzas y Hacienda sostuvo que el acuerdo pudo haber sido mejor. También parece cierto.
Las mejores posibles condiciones no tendrían tanto que ver con la brecha de los U$S 15 mil millones más, abierta entre la primera y la última oferta del Gobierno, que deberá abonar la Argentina. La demora en el cierre del trato, con la pandemia de telón de fondo, obligó al poder a adoptar medidas que ahondaron las distorsiones macroeconómicas. El estrangulamiento al dólar, por ejemplo, o la emisión monetaria ilimitada.
Aquella demora, por otra parte, desacopló los tiempos políticos de Alberto. El pico de popularidad que alcanzó con la gestión por la pandemia se empezó a consumir sin que lograra anclarlo con su primer objetivo: alejar el fantasma del default. Hubiera consolidado su figura, en especial, entre votantes no peronistas. También, a lo mejor, le hubiera permitido ganar niveles de autonomía política dentro de la coalición oficial. Sobre todo, respecto de Cristina. Nada de eso sucedió.
Al contrario, se vio inmerso en conflictos que no propició. Uno de ellos el intento de intervención y expropiación de la empresa agro-industrial Vicentín. Resultó el comienzo del epílogo de los consensos y el fin de la grieta que el Presidente levantó como banderas en sus mensajes iniciales. También un arranque para las protestas populares. La reforma judicial y el intento por transformar la Corte Suprema parecieran haber hecho el resto. No hay ahora puentes amistosos con la oposición ni con sectores de la opinión pública defraudados.
La brecha aparece reflejada en números de una encuesta de la consultora Management & Fit. El 61% de los consultados, aún con ciertas diferencias, sigue bancando la estrategia ante la pandemia. Pero sólo el 48% (los votos de noviembre del 2019) respalda la gestión global.
También es verdad que, más allá de las idas y vueltas y del coqueteo político, el Gobierno carecía de margen para un default. Hubiera significado su implosión. Hipotecado además la suerte electoral en las legislativas del 2021. Haber colocado, por otra parte, a un paso del abismo todos los planes e intereses que constituyen el motor oficial. Hablamos de la situación judicial de Cristina. ¿Alguien se imagina impulsando una reforma judicial, manipulando la designación de jueces y modificando la Corte Suprema, en medio del previsible caos que habría detonado un default?
El acuerdo repondría, al menos, una noción de orden. También le concede al Gobierno margen de tiempo. En el horizonte asoman, pese a todo, desafíos gigantes. Habrá que encarar pronto la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que hizo bastante para acercar la posición con los bonistas. Exhibir un además un rumbo y algún boceto económico. Ambas cosas se desconocen. El ministro de Economía, Martín Guzmán, tampoco brinda pistas. Son parte de un debate intenso dentro del Frente de Todos?.
Parece claro que Cristina y su sector pretende un rearmado económico en la cual Estado represente su eje. La actividad privada, en un plano secundario. Nadie sabe cómo podría combinarse tal ambición con una estructura estatal que hoy insume el 43% del PBI. El Presidente es todavía ambiguo. Oscila entre la admiración pública que profesa por las naciones escandinavas o Alemania y el paternalismo estatista que brota en él para afrontar las exigencias sanitarias y económicas de la pandemia.
El Gobierno, cuyo credo recela de los mercados, se mostró entusiasmado con las reacciones bursátiles por el acuerdo. Los mercados siempre sobreactúan. Macri puede dar fe. Volaron ni bien logró aquella asistencia multimillonaria del FMI. Se fueron desinflando de a poco y colocaron al gobierno macrista al borde del colapso cuando perdió las PASO hace un año.
El Presidente también se sumó a la fiesta. Afirmó que el horizonte ha quedado despejado. Repuso un latiguillo que utilizó mucho en campaña: “Estamos demostrando que volvimos mejores de lo que fuimos”. ¿Lo habrá dicho por la deuda impaga que Cristina le legó a Macri?
Se trata, solamente, de una historia que recién empieza. Cargada aún de infinidad de interrogantes. Podría apelarse para explicar la situación a una frase futbolera que siempre agrada a Alberto. El acuerdo evita por ahora que el Gobierno y el país se vayan al descenso. Ni más, ni menos. Fte. textual Eduardo van der Kooy Identidad Correntina