viernes 15 de noviembre de 2024 17:40:37

¿ALBERTO SABE LO QUE HACE CRISTINA?

Quizás nuestro país exacerbe aspectos políticos-institucionales que, aún en la crisis, otras naciones –no sólo las desarrolladas—se empeñan en resguardar

«Tenemos que estar alertas porque esta crisis no es solo sanitaria sino también política. Los medios de comunicación y los ciudadanos no deberían dejarse distraer totalmente por la pandemia.

Naturalmente es importante seguir las noticias de la enfermedad. Pero es igualmente importante poner el foco en la política y presionar a los políticos para que hagan lo correcto”. La advertencia fue formulada hace pocos días por el historiador y filósofo Yuval Harari, en una entrevista que publicó el diario La Vanguardia, de Barcelona.

Harari, autor de libros notables, el último de ellos titulado “21 lecciones para el siglo XXI”, refirió en su concepto a una mirada global. No a un país en particular. Envolvería a Europa, Estados Unidos y América Latina. El historiador israelí cree que los gobiernos están tomando decisiones en este tiempo dramático que marcarán el futuro inmediato de la humanidad.

“La historia se está acelerando. El viejo libro de reglas está quedando hecho trizas y el nuevo se está todavía escribiendo. Hemos entrado en un momento histórico de mucha fluidez”, sostiene. Harari recalca la importancia ahora de la fiscalización ciudadana para conservar los equilibrios democráticos, incluso en la emergencia, y para que exista una distribución justa de los fondos que promueve cada Estado. Sentencia: “Quien gobierne en los próximos años no tendrá la capacidad para revertir lo que suceda ahora”.

La Argentina entra, sin dudas, en cada una de aquellas consideraciones del historiador israelí. Porque la pandemia parece haber establecido una suerte de equiparación temporaria en el mundo. Veamos: el potente avance del Estado, que no sólo ha pasado a regir la vida individual. También su intervención plena en la maquinaria económica. Tampoco se advierten otros remedios a la luz del derrumbe que provoca la pandemia. La tensión social resulta gigantesca. Aunque aquella deuda pública en algún momento tendrá sus consecuencias.

Quizás nuestro país exacerbe aspectos políticos-institucionales que, aún en la crisis, otras naciones –no sólo las desarrolladas—se empeñan en resguardar. La estrategia sanitaria aquí parece haber relegado todo lo demás. Alberto Fernández transmite la sensación, dentro de las dificultades objetivas, de sentirse cómodo en dicho contexto.

La política sanitaria está siendo acordada con los gobernadores. Eso suena indiscutible. También representa un límite para el desenvolvimiento de otras facetas político-institucionales. Los resultados asoman, por el momento razonables aunque el pico de la enfermedad no haya llegado todavía. En eso coinciden dos de los actores principales: Ginés González Garcia y Fernán Quirós.

Desde varios lugares del mundo –la Organización Mundial de la Salud (OMS) es uno de ellos—se está observando el caso argentino. Existe una razón: se trata de un país con una honda crisis económica precedida de más de una década, recursos estructurales precarios, cerca de un 40% de pobres y un endeudamiento que lo tiene en las orillas del default. Bajo esas condiciones viene capeando el temporal. Habrá que ver cómo sigue.

La Argentina, según los observadores, tendría un espejo. La prensa mundial resalta la forma en que Angela Merkel afrontó en Alemania el embate de la pandemia. La similitud vendría por otro costado. La llamada “anomalía griega”. También la bella nación mediterránea ha tenido su default, con tres rescates, y lleva una década de recortes en su economía que se contrajo un 26%. Atenas conocía las debilidades de su sistema sanitario. Agravado por una población envejecida y la cercanía geográfica con Italia, donde el coronavirus desató una de las mayores tragedias en Europa. Un adicional: Grecia lidia con los campos de refugiados que casi ha logrado blindar. Algunos fueron trasladados hasta Luxemburgo. Padece de 2500 infectados y 130 muertos.

La similitud y el acomodamiento de la Argentina y Grecia ante la pandemia tendría quizás un mismo origen. El miedo generado por la conciencia de la debilidad estructural. La posibilidad de colapso del sistema de salud. Ambos países tomaron medidas drásticas y prematuras de confinamiento. Grecia fue el primero en Europa en cancelar todos los vuelos desde China. El desafío que enfrenta sería similar, aunque en menor escala, al de nuestro país: enfrentar la debacle económica atrapado por el endeudamiento y un desempleo que supera la media europea.

A todos aquellos lastres la Argentina suma el peligro del tercer default en este siglo corto. Y un esquema político-institucional que vuelve a denotar en estas épocas sus oscuridades. Algo más que inquieta: esas oscuridades parecen espoleadas, sobre todo, desde el oficialismo. El multifacético Frente de Todos que sería el soporte para un Presidente responsable de conducir un país literalmente quebrado y navegando en la pandemia.

Las provocaciones no emergen desde algún escalón inferior o marginal. Corresponden a Cristina Fernández. La vicepresidenta y líder natural –todavía– de la fuerza que se encaramó en el poder. La ex presidenta asoma como una de las responsables de la parálisis del Congreso. De hecho, el Senado que comanda no ha tenido ninguna actividad desde que se declaró la cuarentena. Ni siquiera de las comisiones. Diputados, en cambio, con el timón zigzagueante de Sergio Massa, ha cubierto ciertas formas con encuentros virtuales simbólicos.

La vicepresidenta pareció interesarse por la vida parlamentaria sólo a partir del proyecto del impuesto a los ricos que nació en las oficinas del Instituto Patria. Pretende que las puertas del Congreso se reabran únicamente para eso. De allí la reticencia a aceptar un paquete de propuestas que pide la oposición como complemento a aquella nueva creación tributaria.

En el medio se produce uno de los tantos debates absurdos. Cristina pretende que cualquier sesión se realice de manera remota. La oposición reclama un debate presencial. Si fuera necesario, en un ámbito diferente al Congreso. Que preserve las condiciones de salubridad que exige la pandemia. El resultado es nulo.

La mayoría de los países no han clausurado esa vía institucional. Simplemente la acotaron. Pedro Sanchez logró en España el voto de los congresales para prorrogar por tercera vez la semana que pasó el Estado de Alarma. ¿Cómo lo hizo? Con un parlamento al que asistieron en representación porcentual de las fuerzas 43 legisladores. Los 307 restantes votaron por teleconferencia.

En Brasil, donde prima el desquicio de Jair Bolsonaro, el Congreso sancionó una ayuda económica para ciudadanos más vulnerables. En Chile, la labor parlamentaria continúa, salvo para los legisladores incluidos en grupos de riesgo. Aprobó las últimas semanas una ley de protección al empleo. En Uruguay, el Congreso promulgó la creación de un fondo económico contra la pandemia.

En la Argentina, todo aquel tipo de decisiones fueron obra de Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) del Presidente. Cada uno de ellos (son por ahora 34, más de la mitad de ellos vinculados a la emergencia) debería ser convalidado o no, dentro de los diez días, por el Congreso. La oposición cursó tres pedidos para su tratamiento a la Comisión Bicameral. Apenas hubo una respuesta formal el jueves. Por casualidad, o no, dicha comisión la dirige la camporista de Santa Fe, Marcos Cleri.

El clima entre oficialismo y oposición se enrareció más por actitudes poco claras. Massa le responde a la oposición que se puede sesionar en Diputados. Pero extendió tres veces el asueto administrativo en la Cámara. En los últimos días, alguien franqueó el acceso el edificio a un canal de televisión que se dedicó a filmar oficinas vacías de los opositores. De las pocas ocupadas corresponden al titular de la Cámara Baja y el jefe del bloque del Frente de Todos, Máximo Kirchner.

Cristina se encargó por otra parte de diseminar el conflicto. Confrontó con la Corte para que convalidara su reclamo de legalidad a fin de considerar el impuesto a los 12 mil argentinos ricos. Presionó de tal modo que produjo un doble milagro. Abroqueló en su contra a un cuerpo que viene fragmentado desde los tiempos macristas. Logró que su titular, Carlos Rosenkrantz, dejara de sufragar en minoría.

La ofensiva llamó la atención por varios motivos. La virulencia es el primero. ¿Cómo hubieran quedado los jueces ante la opinión pública si hubieran cedido a la presión?. Quizás la ex presidenta sabía que el destino de su planteo no sería bueno. Aunque haya simulado alegría final. Pero probó con alterar el orden inestable de ese cuerpo. Su objetivo es promover cambios allí dentro. Alguna renuncia o la ampliación del número de miembros. Algo que no parece estar ahora en los planes del Presidente.

Una intriga consiste en saber si Alberto estuvo al tanto, con anticipación, de cada uno de aquellos movimientos. Cuando se enteró de la presión a la Corte se habría limitado a comentar: “Cristina se equivoca”. Tampoco está claro si supo desde el primer momento la operación subterránea de su vice para sumar a 200 médicos cubanos en la lucha contra la pandemia. O si la decisión insular del Gobierno de apartarse del Mercosur responde a una iniciativa presidencial pura o al determinante peso de Cristina. Cuesta entender que un mandatario que se precia de hablar con Emanuel Macron, de Francia, o Angela Merkel, de Alemania, no puede siquiera intercambiar un saludo con Luis Lacalle Pou, en Uruguay, o Mario Abdo Benítez en Paraguay. Dejemos a Bolsonaro de lado.

Alberto reaccionó, sin la energía debida, cuando se urdió desde el kirchnerismo el fracasado arresto domiciliario para Ricardo Jaime. Antes lo habían conseguido, con privilegios, Amado Boudou y Luis D’Elia. Las mechas que pueden explicar las rebeliones carcelarias. La nube intimidante de la pandemia enmascara todo. Por ahora.Para Clarín / Eduardo Van Der Kooy. Fte. Diario del Oeste