viernes 22 de noviembre de 2024 17:30:26

Según un semanario frances la Unión Soviética y Cuba fueron cómplices del proceso

“¿Quién fue cómplice de la dictadura en Argentina? ¿Brejnev, Castro, la FIFA o el futuro Papa Francisco?”. Así comienza un artículo del semanario progresista francés Marianne2, en reacción a las acusaciones de ciertos sectores contra Jorge Bergoglio.

El autor de la nota -Guy Konopnicki- es un ex militante del Partido Comunista francés que se sumó en los años 1977 y 1978 a la campaña de los exiliados argentinos para denunciar las violaciones a los derechos humanos que estaban teniendo lugar en nuestro país. Eso le permitió ser testigo de una siniestra paradoja: los principales respaldos a la dictadura “anticomunista” argentina vinieron precisamente de los regímenes totalitarios marxistas: la Unión Soviética y sus satélites, Cuba en primer término.

El artículo de Konopnicki tiene el mérito de recordar lo que muchos protagonistas de aquellos tiempos deliberadamente omiten en su relato. Los Partidos Comunistas del mundo entero –el de Argentina incluido- conformaron una verdadera red internacional de protección para la Junta Militar que presidía Jorge Rafael Videla a fin de evitar que su régimen fuese denunciado y condenado por la represión ilegal. Primero lo hicieron con el argumento de que el general en cuestión era en realidad una “paloma” y que, si caía, vendrían los “halcones”; por lo tanto, había que sostenerlo. Más tarde vino la necesidad de preservar el floreciente comercio de grano argentino hacia la Unión Soviética, que le permitió al Proceso sortear el embargo dictado por los Estados Unidos… por la violación a los derechos humanos.

Para que se entienda bien: Moscú y La Habana fueron los principales socios comerciales y políticos de la dictadura argentina de 1976-1983. Un hecho que no les impide a los miembros de ONG de derechos humanos, a madres y otros familiares de desaparecidos y, más en general, a muchos políticos argentinos peregrinar hacia Cuba para fotografiarse con Fidel Castro.

En los años 77 y 78, los comunistas del mundo se empeñaron en negar la represión en Argentina. Lo que estaba pasando no era comparable a lo de Chile, decían. Cuando finalmente la realidad de la violación sistemática de los derechos humanos en la Argentina fue imposible de negar, gracias al trabajo y la solidaridad de otros, la tarea de encubrimiento se trasladó a la ONU donde año a año, gracias al voto de La Habana y de otros gobiernos títeres de Moscú, el régimen militar argentino evitaba la condena internacional en la Comisión de Derechos Humanos.

Asqueado, Konopnicki dejó el Partido Comunista pero, a diferencia del progresismo local, no olvida.

Estos hechos no son ignorados por quienes hoy, a sabiendas, piden cuentas donde no deben hacerlo. Si no alcanza con ir a los archivos de la ONU -donde consta el voto cubano a favor de la dictadura argentina… y viceversa-, están las denuncias tempranamente formuladas por el escritor y periodista Rodolfo Walsh, cuya memoria estos sectores supuestamente veneran pero en realidad traicionan.

“El PC –escribía Walsh entre fines de 1976 y comienzos de 1977- no participa en los conflictos, mientras negocia con el gobierno a través del Partido Intransigente y le paga viajes a Lázara y García Costa para que viajen al Congreso de la Internacional Socialista a defender a Videla (…). (La dictadura) mantiene excelente relación con el bloque soviético que con su importancia los salva en el sector externo. La exposición soviética en Buenos Aires muestra que no se trata de coletazos de la relación con Gelbard sino de una política que se mantiene con el actual gobierno”.

También cuesta entender los reclamos de desprotección a las víctimas de la dictadura por parte de integrantes de las mismas organizaciones cuyos jefes desampararon a los militantes cuando no los enviaron deliberadamente a la muerte.

El relato montado en los últimos años oculta además que hubo un duro debate en el seno del peronismo –y más allá- entre quienes adherían a la lucha armada y quienes no; entre quienes pensaban que “cuanto peor mejor” (léase: que vengan los militares, así se agudizan las contradicciones y el pueblo tendrá claro quién es el enemigo; tal fue la lógica de Montoneros, ERP y otras organizaciones) y quienes pregonaban la defensa del gobierno democrático, con todos sus fallos, hasta el último momento, porque eso sería menos cruento.

Que hoy algunos de los cuadros guerrilleros se camuflen como blancas palomas no debiera hacer olvidar su responsabilidad en la espiralización de la violencia en el país.

Por eso sorprende la virulencia de reclamos hacia terceros, fundados esencialmente en la supuesta omisión en que habrían incurrido, en contraste con la defensa cerrada que hicieron, por ejemplo, de los jefes montoneros cuando un juez quiso indagarlos por su “necesaria” participación en el secuestro y muerte de varios militantes de aquella organización en 1980, en la tristemente célebre Contraofensiva cuyo principal resultado fueron unos 80 desaparecidos más. Una operación demencial, muy bien relatada en el libro Fuimos soldados de Marcelo Larraquy, en base a los testimonios de los pocos sobrevivientes, y por la cual nadie rinde cuentas.

Nunca hubo tan mala memoria como en estos tiempos en que la palabra está en boca de todos.

“El padre Jorge Mario Bergoglio no era en aquel entonces jefe de la Iglesia Argentina, señala Konopnicki, lo fue en 1998, veinte años después del Mundial de Fútbol”. Y entonces pregunta: “¿Y si la elección del papa Francisco fuese, por el contrario, la revancha de las religiosas martirizadas y de los militantes cristianos secuestrados por los escuadrones de la muerte?”.